En primera persona: Rubia por 24 hrs

En primera persona: Rubia por 24 hrs

¿Fantaseando con un cambio drástico de color de pelo? Tal vez tengas que pensarlo dos veces.

20/04/2018 18:11

Cuando una está pensando en hacerse un tatuaje, el consejo que más recibe es esperar 24 horas antes de asumir un compromiso tan grande. Estoy convencida de que lo mismo vale para cuando te agarran ganas de decolorarte el pelo y ser rubia. Cuando tenía veintipico, cambiaba de color de pelo como de remera: rojo intenso, marrón chocolate, gris plata. Pero a medida que fui madurando, ese deseo irrefrenable de cambiar de color de pelo se apagó junto con el tono de mi tintura: volví a mi castaño claro natural, sin matices.

Tal vez fue el aburrimiento lo que me convenció de volver a teñirme de rubia, o todas esas notas que prometían que munida de una cabellera dorada iba a conseguir más elogios, tragos gratis y disculpas de mis exnovios. (Spoiler alert: esta no es una de esas notas). Fue como si algo adentro mío se hubiera despertado. Quería cambiar y de repente me vi a mi misma en el sillón de la peluquería con la cabeza envuelta en miles de papelitos metálicos.

Mientras el agua oxigenada hacía su trabajo, me imaginaba cómo me iba a quedar el tono cálido que había elegido con mis cejas tupidas y oscuras, y me pregunté si no tenía que cambiar un poco mi estilo. Después del brushing, esos pensamientos fueron reemplazados con uno solo: “¿Qué hice?”. El color, que yo esperaba que fuera un rubio miel, era un margarina -brillante pero sin profundidad y con un dejo amarillento. Me hacía todavía más pálida de lo que soy, y mis cejas (que están casi intactas, mi orgullo principal) no solo se destacaban: era como gritaran fuerte para llamar la atención.

En el camino a casa desde la peluquería, mientras cruzaba el parque con la cámara de mi teléfono en modo selfie, mirándome obsesivamente, me di cuenta de que no me sentía yo misma, y que nada, ni las palabras de aliento de mis amigas ni todo el champú violeta del mundo, me iba a hacer cambiar de opinión.

Unas 23 horas más tarde, estaba de vuelta en el sillón (pero de otra peluquería: mi colorista y yo nos tomamos un tiempo). Cuando la peluquera me sacó la toalla del pelo y reveló mis mechas castañas nuevamente, me empecé a reír por el alivio que me produjo. El daño químico y toda la plata que tiré me sirvieron para algo: terminé con un color café brillante que me da un aire sofisticado pero alegre. Me encanta el color; finalmente, mi versión rubia puede quedar archivada en mi memoria.