El hombre (más importante) de mi vida

El hombre (más importante) de mi vida

Julieta Ortega, Narda Lepes, Agustina Casanova y Carla Peterson dan testimonio de la relación que las une con sus padres.

15/06/2018 17:29

UN EJEMPLO A SEGUIR
Agustina Casanova, periodista y conductora

Mi papá es entrerriano, de Concepción del Uruguay. Vino a Buenos Aires para estudiar, conoció a mi mamá y se quedó acá. Vivieron un tiempo en La Plata y luego se mudaron a Capital. Él es una persona noble, que todo lo hace con pasión. Siempre fue súper bondadoso conmigo y con mis hermanos. Solía malcriarnos un poquito cuando éramos chicos… ¡Y ahora también! Recuerdo que siempre estaba dispuesto a llevarnos, traernos, comprarnos algo que nos gustaba. Eso no cambió. Sé que mi papá va a mover cielo y tierra para ayudarme. Es capaz de darme cualquier cosa que le pida, pero no todo ni siempre, claro. Porque también nos enseñó a valorar y a luchar por lo que uno desea.

Con el estudio fue bastante inflexible, le gustaba que nos vaya bien. Siempre me decía que cursar, tomar apuntes, leer y rendir un examen no era complejo. Lo más difícil era trabajar de eso que estudiaste, saber cómo hacerlo bien y adaptarte a tu ámbito de laburo (a tus jefes y compañeros). Más allá de lo que charlábamos, me enseñó con el ejemplo que el camino fácil casi nunca es el correcto y que el sacrificio y la honestidad siempre son recompensados.

Igual que él, también soy exigente, respetuosa y responsable. Uno de mis recuerdos más lindos es el viaje que él organizó para mis 15. Fuimos con toda la familia a la costa oeste de Estados Unidos y la pasamos genial. El mejor viaje de mi vida. Pero hay un momento único que vivimos juntos el día de mi casamiento. El 15 de junio de 2013, mientras caminaba al altar de su brazo, sentí algo muy especial: ¡cumplía un sueño! Mi papá estaba tan emocionado y feliz como yo. Ahora tengo otro anhelo para compartir: mis hijos. Sé que, cuando los tenga, él va a ser el mejor abuelo del mundo.

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Mi padre es el primer hombre que amé. Con el tiempo, tal vez haya dejado de idealizarlo tanto, pero él sigue siendo mi primer amor. Es un hombre callado, de pocas palabras. Seguramente en más de una ocasión se haya enojado o preocupado por algo que hice, pero en esos momentos siempre optó por el silencio. La que nos permitía hacer o no algo era mi madre. Ella tomaba todas las decisiones. Cuando era chica, papá viajaba mucho y, cada vez que lo extrañaba, yo olía su almohada. Hoy, cuando suena una guitarra acústica, me acuerdo inmediatamente de él porque la tocaba en casa casi todas las noches.

Me reconozco en mi padre. Me veo todo el tiempo en sus gestos, en su cara. Tengo su piel. Me enorgullece de dónde viene y lo que representa, me gusta que sea un hombre que se construyó a sí mismo. Supongo que él debe admirar mi carácter, que tenga un punto de vista y una opinión propios, aunque no coincidan con los de él. A veces prefiero no tocar ciertos temas para no discutir. No suelo hablar de política, por ejemplo. Pero esa diferencia de pensamientos no me hace quererlo menos.

Me conmueve lo buen amigo que es mi padre, es la persona más generosa que conocí. También lo es con los amigos de sus hijos o con cualquiera que necesite ayuda. No sólo es generoso con su dinero, también lo es con su tiempo. Lo he visto sostener la mano de gente que estaba muriendo, hablarles a personas muy enfermas al oído y acariciarlos. Creo que lo más valioso que aprendí de él es la solidaridad, a no ser una persona desinteresada de los demás.

Para su cumpleaños o fechas especiales suelo regalarle ropa, como suéteres de cashemire y pijamas (¡soy fan de ellos!). También, pantalones cómodos para estar de entrecasa porque él pasa muchas horas pintando y escribiendo. Si pudiera darle algo que no se venda ni se compre, sin duda sería tiempo. Le regalaría mucho tiempo para ver crecer a sus nietos.

Agradezco a la vida haber tenido a mi hijo, llegar a esta edad con la relación que tengo con mi familia. Y en especial de papá con su nieto: ambos comparten la pasión por la música.

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ENSEÑAR A DISFRUTAR
Narda Lepes, cocinera

Fui hija única durante 16 años. Me sentía la princesita de mi papá. Cuando él me avisó que su mujer esperaba un bebé, le advertí: “¡Más te vale que sea un varón!”. Tengo tres hermanos varones y por último llegó Cata. Una tarde, a los 9 años, fui con dos amigos a la plaza San Martín, que quedaba a dos cuadras de casa. Vimos que la mano de una estatua colgaba de un cañito, la sacamos y me la llevé envuelta en una campera. Como a mi papá le gusta mucho el arte, se la regalé en su cumpleaños, le dije que la había encontrado tirada. A los días, me muestra una noticia del diario: “Vándalos nocturnos atacan la escultura La duda”.¡Me había robado la mano de La duda! El se enojó, pero también se rió.

Mi papá hizo arquitectura publicitaria; después, escenografía y también fue dueño de la discoteca Paladium, allá por los ’80. Eso lo hacía diferente al resto de los padres, que tenían profesiones más convencionales. A veces, eso me gustaba y otras, no tanto. El me permitía salir de noche sin restricciones. Yo iba con mis amigas a Paladium.

Una de las cosas que más valoro es que te hace ver el mundo desde otro punto de vista y te da herramientas para que razones. Quizá no lo hace de una manera convencional –discute a los gritos, por ejemplo–, pero te hace pensar. Es un hombre creativo y muy informado, siempre está al tanto de todo. Estudia a fondo cada tema. Es curioso, quiere seguir aprendiendo cosas. Creo que heredé eso de él. Cuando le gusta un lugar, me lo recomienda. El restaurante Hong Kong Style ahora es muy conocido, pero lo descubrió él y terminamos por ir todos los cocineros. También prueba todas las novedades que encuentra en el supermercado y luego nos cuenta qué le pareció cada una.

Mi papá tiene rituales. Como irnos de vacaciones siempre a Brasil o comer los viernes con sus amigos. Por sus separaciones, él se mudó muchas veces y cada vez que se instalaba en una casa nueva la convertía enseguida en un hogar. Sabe cosas domésticas que yo desconozco, como que las almohadas se lavan con bicarbonato. Nos enseñó a comer muy bien. Para Leia, mi papá y su mujer son abuelos muy presentes. El se pelea todo el tiempo con mi hija. ¡Es un nene!

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MI GRAN SUPERHÉROE
Carla Peterson, actriz

El primer recuerdo que tengo de mi papá es él volando en helicóptero cerca de casa y yo saludándolo. Después, empezó a pilotear aviones. Para mí, era una especie de superhéroe. Cuando fue a la Guerra de Malvinas, mamá nos tranquilizaba asegurando que a papá no le podía pasar nada. Yo le creía porque estaba convencida de que él tenía poderes especiales. Muchas veces lo acompañé en sus viajes, como cuando quise conocer Ushuaia. Me acuerdo de las nubes que veía desde la cabina.

Papá siempre buscó la risa. Algu­nas mañanas venía a despertarnos con una peluca, un sombrero o unos anteojos de cotillón puestos. Una vez, en Mar del Plata, fuimos con él y mis hermanos a pescar al espigón. No tuvimos suerte. Antes de volver a casa, él compró mariscos y pescados. Mamá fingió que se creía que los ha­bíamos sacado nosotros.

Por las noches, mien­tras mamá lavaba los pla­tos, nosotros nos sentá­bamos a escuchar cómo papá tocaba un teclado portátil o la guitarra y cantaba. Como buen aficionado, no lo hacía muy bien, pero era un momento de encuentro.

A los 8 años, me llevó a ver Annie, el musical. Fue la primera obra que vi en mi vida. En un momento lo miré y él estaba llorando. Le encanta el teatro, siempre viene a mis estrenos. Hace algunos años, me dijo: ‘Si volviera a nacer, sería artista’.

Su vida no fue sencilla. Cuando sucedió el accidente del avión de Lapa, en 1999, hacía 4 meses que él había sido designado director de Habilitaciones Aeronáuticas. El juicio duró diez años. El último día fui a su casa a ver cómo estaba y lo noté mal. Pensé que era cansancio, pero a la madrugada me llamó mi hermano para avisarme que papá había sufrido un ACV. Los médicos creían que se moría. Cuando se salvó, nos explicaron que no iba a poder caminar ni mover el brazo, y que le costaría hablar. Hubo que enseñarle muchas cosas de cero y nosotros, también tuvimos que aprender a entenderlo, cuidarlo, acompañarlo y alentarlo. Mi papá sólo pronuncia algunas palabras, pero no tiene problemas para cantar. A veces se queja porque no puede decir lo que quiere. Los nombres le cuestan, así que todos nos llamamos Betty, como su mujer.

Me acuerdo más de este papá que del otro, el del antes del ACV. Lo esencial sigue estando: el afecto, las ganas de estar con nosotros, su humor. Cuando tuve que explicarle a Gaspar por qué su abuelo no hablaba bien y usaba silla de ruedas, recurrí a las palabras de uno de mis sobrinos que una vez dijo: “Al abuelo se le perdieron las ideas”.

D.R.D.R.

Fotos: Álbum personal de los entrevistados – Archivo ELLE Argentina.