Historia en primera persona: “Estoy enamorada de los dos”

Historia en primera persona: “Estoy enamorada de los dos”

Celeste se deconstruye y ama de forma múltiple. Está enamorada de dos personas. Llevaba más de una década construyendo la pareja soñada. No por perfecta, sino por sana y compañera. Hasta que otro rompió sus esquemas. Ahora ella no puede (o no quiere) elegir.

27/11/2019 17:18

Estoy en la fila para pagar en esas farmacias que tienen más tentaciones que medicamentos. Veo una de mis golosinas favoritas. Recuerdo que a Gastón también le gustan. Hace muchos días que no nos vemos. Agarro dos. Abro la cartera para sacar la billetera. Ahí cargo el libro de Tamara Tenembaum, “El fin del amor”. Creo que no lo termino de leer porque me bloquea sentir que también habla de mí. En ese microsegundo decido llevar tres bombones. A Ezequiel también le gusta ese relleno de dulce de leche, me está esperando con la cena en el horno y no hay nada para el postre.

“Tener una pareja estable es un trabajo full time. ¿Adherir al poliamor será como hacer horas extras no pagas o como irse de vacaciones?” Mientras camino la cuadra entre la farmacia y mi casa vuelve a mi mente ese planteo. Lo leí una madrugada en una nota de revista Anfibia.

Ezequiel es mi compañero hace 11 años. Nos amamos desde mis 19 y sus 22. La primera vez que me invitó a la casa pensé que íbamos a estar solos. Pero nos esperaba la nona con un guiso de lentejas. “¿Te gusta con queso rallado?”, me preguntó. Crecimos juntos. Nos convertimos en pareja, en adultos y en profesionales en simultáneo. Recorrimos el NOA, conocimos Machu Picchu y fuimos a España. Nos sacamos fotos con nuestros diplomas y las colgamos en las paredes de nuestro departamento, el que estamos pagando con esfuerzo.

¿Para quién agarré la primera golosina? Para Gastón, mi otro compañero. Tenemos una relación hace 2 años. Lo conocí en medio de una crisis laboral, cuando empecé a dar clases en un terciario. Lo mío es la sociología, lo suyo la antropología. Es diez años mayor. Y en cada taller docente se lleva toda la atención. La primera vez que me citó para intercambiar datos sobre un curso pensé que iba a estar todo el plantel pedagógico. Pero me esperaba solo y a media luz. “¿Tomamos unos mates?”, me preguntó. Me fui al darme cuenta lo que estaba por pasar. Quería. Pero no lo creía. De pronto el cruce de miradas que me parecía fantasía era real.

A los seis meses la sala de profesores se había convertido en nuestro refugio afectivo después de clases. Me sumé a su equipo de investigación y presentamos un proyecto de cátedra en la universidad. A veces nos tomamos una birra con todos. Descubrimos  una banda indie que es nuestro gusto compartido.

Según los parámetros que ordenan nuestra sociedad en base al matrimonio y a la pareja monógama, Gastón sería mi amante. Así lo sentí durante la primera etapa. Tal como se vive ese recreo en el que te escapás hacia el patio de la secundaria, palpitando miedo, culpa, adrenalina y satisfacción en partes iguales.

Pero ahora me animo a definirme sin las etiquetas del amor romántico. Existe el poliamor. Los quiero a los dos. ¡Y no sé qué hacer! Llevo dos años tratando de dilucidar si es posible elegir. Si quiero elegir. Si fuera así, ¿con quién me quedaría?

Ezequiel me dice que estoy linda cuando lo saludo a la mañana aunque no haya abierto los ojos. Me mima. Es el yerno que le cocina rico a mi vieja, el tío que juega al fútbol con mi sobrino, el más copado en los reencuentros del secundario. Es quien me sugiere a las 6 de la tarde qué podemos cenar y hace las compras. Nos conocemos y queremos desde las lagañas hasta los dolores de cabeza.

Gastón me hace sentir inteligente, valiente y segura. Me revoluciona. Es el más desordenado del instituto, pero el más convocante y creativo. Quiere que esté a su lado construyendo algo colectivo y también se siente atraído sexualmente por mí en todo momento. Me hace llegar tarde por aprovechar 15 minutos para disfrutarnos. Nos tenemos y nos gozamos desde la mirada hasta los pies.

Me enamoré de Gastón sin dejar de amar a Ezequiel. Pasó. Quizá lo deseé, pero no lo planeé. Y el problema no es que el poliamor aún no se coma con las lentejas de la abuela. El problema es que el poliamor me llegó a mí pero no al resto de los involucrados.

Gastón sí me lo sugirió mucho antes de que la lista de Netflix incluya series como “Wunderlust”. Cuando lo conocí estaba separado. Pero tener algo conmigo no le impidió reconstruir aquella relación. Parodiar “Felices los 4”, el hitazo de Maluma, fue su manera divertida de asumir que él también nos quiere a las dos.

Sin embargo, ni su novia ni Ezequiel saben de nuestro vínculo. Ellos probaron los acuerdos de una relación abierta y no funcionó.

¿Ezequiel y yo? Jamás. En su cabeza de contador, ex pibe de barrio que almuerza con la nona, nunca entraría ninguna de las variantes que explican en los posteos de amorlibre.org

Mis amigas (las únicas dos que saben no se conocen entre sí) intentan provocar el click que me destrabe. “¿Ella no te da celos?”, pregunta una. “Si Ezequiel tuviera una historia parecida, ¿qué harías?”, consulta la otra. Y el psicólogo interpela: “¿cuál sería tu escenario ideal?”.

Respondo: a) Sólo tengo celos cuando siento que ella entra en mi terreno. Es decir, si loacompaña al cumpleaños de una compañera docente. b) Sería una necia si no lo entendiera. Sé que puede pasar, pero no me atormenta. c) Que los cuatro estuviéramos al tanto de todo, para que cada quien tenga sus espacios. Sí, asumo que es un delirio.

Para lidiar con la culpa y la impotencia, además del diván, probé con el tarot y la grafología. Miré “Un año sin nosotros”, “Perfectos desconocidos”, “Una noche de amor”. Escribí poesía. Escuché tanto a Shakira como a Halsey. Leí a Dora Barrancos defendiendo el derecho al goce, a Eleonor Faur explicando las mitomanías de los sexos y a Luciana Martina analizando “El amor en los tiempos de redes”.

Igual doy vueltas en la cama, lloro en el subte, me sonrío frente a las pantallas, le cuento a extraños. Sigo sin saber qué hacer.

“Si fuera sólo por sexo sería más sencillo”, reflexionan en un podcast sobre nuevas formas de amar. Coincido. Se lo comparto a Gastón vía WhatsApp. Responde con un sticker tierno y me pregunta cuándo nos vemos. Llego a casa y Ezequiel, en pijama y con la mesa servida, me hace bailar un jingle de la radio. Me siento bien cuando estoy en sintonía con los dos. Recuerdo una frase de mi psicólogo ante mi angustia: “seguir así también es una decisión válida”.

Tengo las tres golosinas en la cartera junto al libro de Tenembaum que se convertirá en serie protagonizada por Lali. Vuelvo a pensar: el poliamor son horas extras. Si están pagas o no lo sabremos en la liquidación final.