Identidad de género: la lucha de los niños trans

Identidad de género: la lucha de los niños trans

No es un trastorno psicológico ni genético, pero hay chicos que viven su identidad de género más allá del binario mujer/varón. Respetar la diversidad es el nuevo desafío de la sociedad.

07/05/2018 15:22

En julio de 2007, Gabriela Mansilla fue mamá de mellizos varones. Uno de ellos lloraba permanentemente, no dormía y se le caían mechones de pelo. Le hicieron estudios neurológicos, pero no encontraron nada que explicara su comportamiento. Apenas empezó a hablar dijo: “Yo nena, yo princesa”. Ese fue el título del libro que su madre escribió años después, en el que relata el camino recorrido. “En 2009 mi hijo me dijo: ‘Soy nena’, y yo le respondí ‘seguí jugando’, sin registrar lo que me decía. Pero él se empeñó en mostrarme que era nena: transformaba fundas de almohadones en vestidos y usaba una fibra rosa como su muñeca. Primero lo tomé como un capricho, como una enfermedad. Después la entendí”, cuenta Gabriela.

En medio del desconcierto, acudió a una psicóloga que le indicó que debía masculinizar a su criatura y castigar cualquier conducta femenina que viera en ella. “Llegó a decirme que las manifestaciones de Luana eran mi ‘deseo inconsciente’ de tener una nena. En sala de tres del jardín de infantes, Luana descubrió que las niñas eran distintas. “¿Cómo se llama lo que tienen ellas? Si soy nena, ¿por qué yo tengo pene?”, preguntaba. “Un día vi Memorias de niñas raras, en National Geographic, y entendí que era una niña transgénero. Dejamos a esa terapeuta. ¿Sabés la culpa que sentí? Lloré muchísimo. Pero me dije: ‘Basta de lágrimas, no se murió nadie’. Tenía a mi niña delante de mí”, recuerda.

REVOLUCION DE GENERO

Dada la cantidad de consultas que recibía sobre menores, en 2017, el psiquiatra y sexólogo Adrián Helien, coordinador del Grupo de Atención a Personas Transexuales (GAPET) del Hospital General de Agudos Carlos G. Durand, formó un equipo de Niñez y Adolescencia. “Antes se los castigaba y obligaba a adaptarse a los modelos binarios, pero la revolución de género que vivimos está generando cambios enormes y profundos en la sociedad”, explica el especialista. El asegura que cuando a estos niños no los dejan manifestarse tal como lo sienten sufren.

Florencia Blasi se daba cuenta de que su criatura rechazaba usar vestidos o peinados femeninos. Quería ponerse camisetas y pantalones de fútbol. “Entre sus dos y cuatro años, no sabíamos bien qué le pasaba. Tenía una angustia desmedida y le costaba relacionarse con otros chicos”, dice. “Le pregunté qué le pasaba. Me miró y me dijo: ‘Soy un varón’. Le contesté: ‘Quedate tranquilo, te voy a ayudar’. Yo creía que iba a ser una nena lesbiana. Nadie nos prepara para entender la diversidad. Hablé con la psicopedagoga del colegio y ella me dio el teléfono de la psicóloga Valeria Paván (coordinadora del Área de Salud de la Comunidad Homosexual Argentina y autora del libro  Niñez trans, publicado por Ediciones UNGS -Universidad Nacional de General Sarmiento-) y me recordó las notas que habían salido sobre la experiencia de Luana. Ahí lo supe: era eso”, explica Florencia.

LO QUE REALMENTE ES

La identidad de género supone una vivencia personal y subjetiva acerca de cómo cada uno se percibe, se siente y se ve. O sea: se trata de una compleja relación con uno mismo. En cambio, la orientación sexual se refiere a una relación vincular con otro, es a quien uno desea. “Al nacer, nos asignan un sexo de acuerdo a nuestra biología. Cuando coincide con la autopercepción de la identidad, se denomina ‘cisgénero’; cuando no, ‘transgénero’. La identidad no se elige, se descubre, es un proceso muy complejo “, explica Helien.

¿Por qué un niño es trans? Valeria Paván enfatiza que no se trata de un problema psiquiátrico, psicológico, endocrinológico, genético o neurológico. “La explicación es que armó su identidad de forma distinta a la heteronorma. Antes se rotulaba como ‘trastornos de identidad de género’; después se habló de ‘disforia de género’, pero es un término que rechazamos porque no hablamos de una patología. Esta es una experiencia entre tantas otras, distinta a las expectativas sociales que suelen clasificar desde el binario varón/mujer”, explica la psicóloga.

Alejandra Avila vive en San Juan y tuvo trillizos en 2007. Cuando los bebés empezaron a crecer, notó que dos de ellos jugaban a hacerse largas cabelleras con trapos y usaban remeras de su hermana mayor. A los cinco años, querían polleras y vestidos rosas. Ante la negativa, se desataban feroces berrinches. “Yo no accedía porque era una ignorante en este tema hasta que me tocó aprender”, sintetiza Alejandra. “Su trillizo nos decía: ‘¿No se dan cuenta de que son nenas?’. El las trataba como nenas”, cuenta. El hermano de Alejandra le mostró una nota que le habían hecho a la mamá de Luana. “Entendimos que eran niñas trans y no niños gays, como habíamos creído”, recuerda. Alma fue la primera que hizo la transición, a los seis años. Micaela, a los siete. Modificaron su guardarropa, dejaron crecer su pelo y cambiaron sus nombres.

“¿VOS NO ERAS NENA?”

La verdadera transformación no pasa tanto por el nombre o la vestimenta, sino por la mirada fresca, viva y luminosa que nace en los niños una vez que son libres de llamarse, vestirse y comportarse en coherencia con la identidad de género autopercibida.

Para Martín, el hito fue el día en el que lo llevaron a la peluquería a que se cortara el pelo, tal como venía pidiendo. Toda la familia estuvo invitada a ese resurgir, pero sólo fueron algunos. Cuando se miró al espejo, dijo: “Ahora soy feliz”, y sonrió. “Fue increíble. Ves que un hijo camina por inercia, que tiene problemas con la comida, que vive enojado y, de repente, su mirada se ilumina”, comparte Florencia.

Martín empezó sala de cinco en el jardín de infantes con el pelo corto y nuevo nombre. El primer día de clases, sus compañeros le preguntaron: “¿Vos no eras nena? ¿Por qué ahora sos Martín?”. La maestra les leyó el cuento “Camila Caimán” y, aunque no dio nombres, todos reconocieron en ese relato la historia de Martín. Él les dijo: “El año pasado me llamaba diferente, tenía el pelo largo y era una nena, pero en realidad siempre fui un varón.  Soy un varón trans y ahora soy feliz”. Su mamá asegura: “Nuestra familia se transformó porque Martín nos vino a enseñar que el amor no es cumplir expectativas, sino descubrir el tesoro de cada uno”.

LA MIRADA DE LOS OTROS

En el jardín de infantes, Gabriela tuvo que escuchar: “Sacala de acá porque esto es contagioso”. Decidió no cambiar de escuela a Luana. “En vez de enseñarle a mi hija a huir, teníamos que enfrentar lo que pasaba”, cuenta. Para ella, el desafío mayor fue puertas adentro. “El padre se fue de casa. Tal vez hizo lo que pudo. Aun así, él le compró su primera muñeca y un vestido y firmó el consentimiento para que ella tenga su documento de identidad”, reconoce. Cuando el 9 de octubre de 2013 su hija obtuvo su DNI y se conoció públicamente su historia (fue la primera menor trans que cambió su documento), algunas familias fueron a la escuela para saber si la compañera de sus hijos era la de las noticias. “La directora manejó muy bien la situación, pero hubo personas que la hicieron más difícil. Fue una maestra de primer grado quien preguntó: ‘¿Cuál es el nene-nena?’”, recuerda.

“Siempre existen fantasías, mucho más cuando no hay información. Pero cuando uno explica es más la gente que entiende que la que no”, asegura la psicóloga.

Alma hizo la transición durante las vacaciones de verano. Al empezar segundo grado, sus compañeros preguntaron por el niño y la maestra respondió que ahora era Alma. “Ellos sabían que se trataba de la misma persona”, dice su madre. En tercer grado fue la transición fue Micaela. Como el colegio les quedaba demasiado lejos de casa, Alejandra decidió cambiarlas de institución. “Nos costó mucho inscribirlas. Me preguntaron, por ejemplo, a qué baño irían y yo respondí que eran dos nenas: era obvio a cuál tenían que ir. Cuando fui con la ley en la mano y dije que, si no me daban las vacantes, iba a llamar al Ministerio de Educación, accedieron”. Con la transición de Micaela, algunos familiares y amigos se alejaron. “Nos dejaron solos, fue como si hubieran dicho que ya era demasiado”, cuenta Alejandra. Ahora espera que la reciban en el Ministerio de Educación provincial. “Necesitamos que capaciten a los docentes y directivos. No todos los niños trans rechazan sus genitales, pero a los que les pasa, les afecta a nivel del aprendizaje. Alma, por ejemplo, nos pregunta cuándo la vamos a llevar al médico para que le haga la vagina”, explica.

La mayoría de las madres de infantes trans tuvieron que aprender y hacer entender la diversidad de género. “A mí me cuestionaron mucho, y gente muy cercana, pero mi rol era acompañar a Martín. Si yo soy el chaleco antibalas de mi hijo, en buena hora. Nuestra responsabilidad es enseñar a vivir la libertad de ser, amar, sentir, que disfrutemos de la diversidad, dejar la cultura del mandato y abrir el corazón”, enfatiza Florencia.

En 2009, Helien escribió el primer libro sobre transgénero en América latina. Allí hablaba de nacer en un cuerpo equivocado. Hoy, con más recorrido, trabaja para la diversidad corporal. Gabriela habla con orgullo de su niña trans. “Cómo voy a silenciar una lucha que puede ayudar a otros. Además, nuestros niños crecen rápido. Espero que sean una nueva camada de personas trans bien preparadas, que puedan ocupar puestos laborales y profesionales, que no necesiten operarse ni medicarse por la presión social de tener que encajar en un molde”, concluye.

Dónde asesorarse– Hospital General de Agudos Dr. Carlos Durand Grupo de Atención a Personas Transexuales (GAPET) Tel: (011) 4982-5555 / Asociación Civil Infancias Libres Fb/infanciaslibres infanciaslibres2017@ gmail.com /CHA Area de Salud[email protected] Tel: (011) 4361-8577 o (11) 5041-1024.