Síndrome de domingo: malestar de un día aquietado

Síndrome de domingo: malestar de un día aquietado

Al promediar la tarde aparece una sentida molestia: puede ir de la angustia a la ansiedad y terminar en irritabilidad. De solo pensar que mañana es lunes, el descanso se desvanece y la mente empieza con sus rodeos. Cómo darle valor positivo y empezar la semana con alegría.

14/12/2018 16:03

Domingo. ¡Paso! Hasta el sábado venimos bien, pero feliz domingo para todos terminó hace rato y la sensación de que el lunes llega trastoca mente y cuerpo.

Está comprobado: promediando el domingo para muchos empieza un malestar y una incomodidad difícil de controlar. “Podemos sentir ansiedad, tristeza e inestabilidad emocional”, explica Claudia Pessagno, psicóloga con orientación cognitiva conductual.

Calma. No es una enfermedad. Se le llama “síndrome de domingo”: un estado que se caracteriza por “sensación de vacío, malestar, angustia, irritabilidad”, explica Horacio Vommaro, director de Psiquiatría y Salud Mental de INEBA. Tampoco es una patología. Es un conjunto de síntomas que coinciden con la finalización del fin de semana y el inicio de rutina a partir del día siguiente.

¿Qué lo provoca? Desde la mirada médica y psiquiátrica pueden ser varias las causas. Se relaciona con los vínculos, las instituciones o los ámbitos sociales en los que nos desarrollamos. Nunca es algo aislado. Es decir, puede tener que ver con quiénes, cómo y dónde tenemos que estar el lunes y el resto de la semana.

Aunque no hay estadísticas oficiales, en base a encuestas se estima que entre un 50 y 70% de las personas tienen esta problemática cuando el domingo se acerca a su fin. Incluso, asegura Vommaro, hay estudios que demuestran el aumento de la afectación del sueño la noche antes del lunes.

Pero ¿quiénes son más propensos a este síndrome? “Se da en todas aquellas personas que tengan dificultad para llevar una vida plena de sentido”, afirma la psicóloga Eleonora Koning, especialista en mindfulness. “Los adultos tienen la facilidad (no necesariamente como característica positiva) de saltar de un pensamiento a otro y quedar inmersos en ellos, confundirse y fusionarse con éstos y ahí entonces aparece el malestar”, agrega.

¡UH, SE TERMINA EL DOMINGO!

El día va terminando y nuestra expresión se asemeja a El grito, la famosa pintura de Edvard Munch en la que el hombre en cuestión, desfigurado, se ve aterrado por un alrededor que parece tragar todo. ¿Quién no sintió, por momentos, querer salir de cuadro, de la rutina que atrapa? El problema es cuando ese sentir se repite y logra instaurarse. ¿Toda la semana la pasamos mal? ¿O sólo pensar en el lunes nos fastidia y pertuba?

Como explica Koning, “el domingo hay mayor soledad, más tiempo para pensar, reflexionar, analizar, cuestionarse porque se ha cortado la rutina. Entonces, el descanso –divino tesoro– se disipa. Y se manifiesta este síndrome a nivel físico (irritabilidad, inquietud, fastidio), a nivel mental (no poder parar de pensar) y a nivel emocional (sintiendo tristeza, ansiedad, angustia, apatía). Asimismo, recalca Koning, se observa pasividad, inacción: “Como si de pronto el día fuera perdiendo la luz”.

Sin embargo, el síntoma más notorio es la ansiedad. Según la psicóloga Pessagno, esto se debe a lo que nos decimos a nosotros mismos. “Se provoca por los pensamientos de anticipación del futuro, por focalizar en lo que tenemos que resolver, en las dificultades e imaginar lo que viene como incierto.”

Cuando el domingueo llega a su fin, aparecen preguntas que inquietan. ¿Que pasará el lunes? ¿Podré resolver los problemas que tengo en la semana? ¿Qué sucederá en mi trabajo? ¿Podré enfrentar mis desafíos económicos y familiares?

Según Pessagno, aunque varían de acuerdo a la situación de cada uno, estas ideas “generan grados intensos de lo que se denomina ansiedad por anticipación, porque nos adelantamos a lo que pasará el día de mañana. Eso nos complica vivir y disfrutar el presente”. “¡Uy, los domingos! Desde que tengo uso de razón siempre me resultaron una tortura”, dice sin rodeos Marcos (44, profesor de matemáticas). “Esa angustia que aparece a la tardecita es imparable. Probé de todo, incluso sin tener reales ganas: armé reuniones familiares, organicé salidas con amigos, empecé a ir a la cancha. Pero no importa lo que haga antes. Llega la noche y siento que lo mejor ya pasó, que sólo resta lidear con el esfuerzo de atravesar cada uno los días de la semana.”

Todo gira alrededor del calendario semanal y del regreso a la rutina. El domingo a la tarde no pasa nada en especial, pero la mente viaja al futuro y, sobre todo, al trabajo. Está todo planeado, organizado, cierto. “Pero a nivel mental es algo tedioso y automático”, explica Koning.

Marcos lo sabe: su gran problema es cuando le cae la ficha de la llegada del lunes. Y aparece una sensación que no puede manejar. “Sé que tengo que hacer algo, que necesito afrontar el por qué me pasa esto. Un amigo me hizo notar que no es normal estar así cada domingo, semana tras semana. Pero me pasa desde que tengo memoria. A mi mamá también le pasaba y siempre creí que era algo habitual”, repasa sobre su historia.

VASOS VACÍOS

Sabemos que los tiempos corren. Vuelan. Que las 24 horas del día se nos diluyen en un pestañeo. En tiempos líquidos, nada permanece y la incertidumbre se vuelve el gran monstruo de la cotidianidad. Pero aferrarse a lo rutinario y actuar como autómata también puede resultar dañino.

Según explica Horacio Vommaro, “la ansiedad y el malestar psicofísico están relacionados con la sensación de que las horas languidecen y en cada uno aparecen recuerdos de su propia historia personal y familiar”. La rutina no existe por patrones de conducta repetidos, sino por cómo nosotros decidimos hacer las cosas, afirma Koning.

“Porque en lugar de vivir en piloto automático, vaciando de sentido cada acto, podemos empezar a ver la sutileza de cada cosa y empezar a llenar de valores la vida.” Vale destacar, según la especialista, que la vida no es lo que ocurre los fines de semana, en los paseos o durante las vacaciones, es también el trabajo, el viaje a la oficina, lavar los platos, preparar la mochila de la escuela. “El problema es la falta de conciencia de que eso también tiene que pasar y vivirse.” Como dijo Serrat, son “aquellas pequeñas cosas” las que en verdad dan sentido a la existencia.

Igual, los expertos coinciden: el factor del síndrome de domingo son las condiciones laborales.

Como explica Vommaro, “toda persona puede situarse en relación a un doble eje: el de la integración a través del trabajo y el de la inserción social. En muchos casos, el estado emocional del domingo está asociado a la desmotivación o frustración en el ámbito laboral”.

Otro motivo, se vincula a cómo se viven las horas sin obligaciones. La libertad del domingo sin compromisos ni agenda fija también obliga a encontrarse con uno mismo, algo que puede generar sentimientos angustiantes. “Eso se manifiesta con trastornos del humor o del sueño. Las condiciones de aislamiento social contribuyen a aumentar el sentimiento de vacío y vacuidad –sostiene el psiquiatra–. También pueden manifestarse las dificultades de disfrutar de las horas de ocio que se asocian con angustia y sensación de vacío interior.”

LUNES, SÍ ¡OTRA VEZ!

El tiempo no para. No es posible eliminar los lunes de la agenda ni tendrá efecto cantar “vértigo, que el mundo pare”. Es necesario ver el problema. Hacerse cargo y tomar decisiones. Reconocer que cada momento es construido por nosotros mismos, que no es por arte de magia que estalla en nuestra cabeza.

Camila (55, personal trainer) asegura que después de haber pasado muchos domingos “con suma angustia y una ansiedad enloquecedora” se encargó de buscar el por qué. Y entenderlo. Descubrió que el ritmo de trabajo rutinario la estaba agotando.

“Daba clases en un gimnasio, encerrada y rara vez veía la luz del sol. Decidí dejar algunas horas y empezar a darlas al aire libre. Además, fue un cambio de perspectiva. Busqué encontrarle sentido a mi trabajo. Mi objetivo, de algún modo, era ayudar a la gente a estar mejor consigo misma. Con ese horizonte, logré sentirme mucho mejor. Fue una transformación lenta, pero segura. Hoy los domingos los disfruto en familia y des-can-so.”

Así como pudo cambiar de perspectiva Camila, otros podemos experimentar la sensación de bienestar de lunes a domingo. Para eso, según Koning, es importante “ser más conscientes de nuestro entorno, de nuestras experiencias personales, pensamientos, sensaciones corporales, emociones.”

Aprender a responder, en lugar de reaccionar. Aprender a vivir mientras estamos viviendo. O, como recomienda Pessagno, detectar los pensamientos y anotarlos. De esa manera podemos darnos cuenta de que pensar mucho en el mañana nos desgastará y nos hará sentir ansiosos.

Vale preguntarse: ¿de qué sirve pensar en todo esto ahora si recién lo voy a resolver mañana? Si en la respuesta no hay motivos para anticiparse, es un gran paso.

La segunda clave es la agenda del domingo. Hay que elegir actividades placenteras que nos distraigan de los pensamientos pesimistas. Hacer actividad física y recreativa, ir al cine, al teatro, visitar museos o bien estar con personas con las que estemos cómodos.

Y cantar como Diego Torres: “Hoy es domingo, no hay compromiso con el reloj”.

Los especialistas coinciden en que es importante saber que se puede disfrutar del ocio y de estar con uno mismo. También hay que lograr estabilidad emocional en nuestras obligaciones. “Si amás tu trabajo y le das un sentido, sea el que sea, no será desesperante llegar al lunes –sostiene Koning–. Pero, por supuesto, el padecimiento sí aparecerá con mayor facilidad si sabés que al otro día te encontrás con un jefe violento o una compañera que te complica las tareas con su ineficiencia.”

Juan Manuel (50, ingeniero) es un caso testigo: “Pasaba los domingos tirado en la cama hasta que empezamos a navegar en familia. Mi rutina cambió por completo”.

Como en el programa, la llave para el cofre de la felicidad la tenemos todos. Y sí se puede encontrar la correcta para tener un feliz domingo para todos.

Los chicos también lo padecen

Sí. Les puede pasar lo mismo que a los adultos. Pero en ellos cambian los motivos. Horacio Vommaro, director de psiquiatría y salud mental de INEBA, los relaciona con dos aspectos. Primero, con “dejar el hogar y separarse de los padres”. Eso puede ser más fuerte que el dilema de que algo anda mal en la escuela. Porque si bien las exigencias escolares son un tema a prestar atención, la segunda razón podría ser algún problema vinculado al bullying.

¿Cómo se manifiesta en los chicos el síndrome? “Con síntomas somáticos como náuseas, vómitos, dolor de estómago, mareos y también trastornos conductuales, como angustia y ansiedad”, explica Vommaro. Para la psicóloga Eleonora Koning, “en los chicos influye cómo y cuánto se les exija, la sumatoria de tareas y si éstas les preocupan. Sin embargo, ellos tienen la ventaja de vivir más en el momento presente y menos viajando entre el pasado y el futuro”.