Suegras y nueras: ¿enemigas íntimas?

Suegras y nueras: ¿enemigas íntimas?

¿Cómo poner un freno sin generar un conflicto? ¿Se puede lograr el límite entre la buena intención y la invasión?

25/12/2018 19:17

¡Socorro! Es un clásico en (las malas) relaciones femeninas. Y un gran tema en la vida de las parejas. Más allá de que hay mucho mito, se trata de uno de los vínculos más difíciles de llevar. ¿Cómo poner un freno sin generar un conflicto? ¿Se puede lograr el límite entre la buena intención y la invasión? ¿Cómo lograr el equilibro?… 

La foto recorrió el mundo: dos mujeres a un metro de distancia, trenzadas en una discusión. Allí se las veía diciéndose algo y cruzando miradas fulminantes. Ambas tenían el torso adelantado del resto del cuerpo y el mentón apuntando hacia el piso, lo que las hacía mirar amenazantes, desde abajo hacia arriba. Dos gallos de riña. En el medio, había un hombre con la cabeza gacha y un gesto en la boca que mostraba su incomodidad suprema. Los tres eran protagonistas de un acto oficial de la realeza española: Letizia a la izquierda, Felipe en el medio y la reina Sofía, a la derecha. La prensa internacional se hizo un festín respecto de la mala relación entre nuera y suegra. Los desplantes entre ellas no cesan. Sin distinción geográfica, de clase ni de época, generaciones y generaciones de mujeres que se padecen mutua- mente. Madre y mujer en disputa por el amor de un hijo/ hombre. ¿Cómo hacen para manejar los altibajos de un vínculo complejo? 

Antes y ahora. La psicóloga Beatriz Goldberg, autora entre otros del libro Suegras, técnicas para la supervivencia, afirma que la fuente de la discordia entre ambas radica en que se trata de una relación despareja: “Hay dos vínculos emotivos con distinta jerarquía: por un lado, está el lazo de sangre del hijo con la madre y, por otro, la elección amorosa del hombre hacia su mujer”, explica. Por su parte, la psicóloga Polly Gallacher, integrante del Centro de Terapia Cognitiva, agrega que estamos ante dos mujeres que no son amigas ni se eligieron para serlo pero que se ven obligadas a entablar un vínculo porque el objeto de amor de ambas es un hombre que para una es su pareja y para otra su hijo. Esta necesidad de llevarse bien y convivir en buenos términos puede ser tan poten- te como la pulseada entre ellas por ocupar el podio. Algo en principio inconducente e incomprensible porque no habría peor cosa que una de ellas destronara a la otra: ¿Quién tiene la intención de ser la madre de su marido? ¿Qué madre podría obturar tanto el lugar de la mujer de su hijo como para condenarlo a que siga siendo su nene? Pero no siempre somos tan racionales.“Muchas madres se descolocan cuando aparece una mujer en la vida de sus hijos, se les juega un sentimiento de pertenencia y de posible pérdida”, dice Goldberg. 

SON AMORES 

Es todavía frecuente que a la madre le cueste aceptar el crecimiento de su hijo, asumiendo que ya no es un chico, que se vale por sí sólo y puede empoderarse en relación a su propio proyecto de vida. “El conflicto aparece cuando ella intenta sobreprotegerlo e infantilizarlo frente a la pareja que él eligió; y también puede ocurrir que la nuera no esté a la altura de las expectativas de la suegra”, dice la psicóloga Liliana Chazenbalk, coordinadora de Psicoterapias Familiares del Hospital Alvarez. Por otro lado, Goldberg apunta que las suegras no suelen medir con la misma vara a sus hijos y a sus yernos. Probablemente si vieran a su “hijito” planchándose la camisa antes de ir a trabajar, se compadecerían de él porque la mujer “ni siquiera le plancha”; pero si el marido de su hija estuviera en la misma situación, pensarían que es lo mínimo que ese hombre puede hacer para compensar las muchas tareas que recaen sobre ella.“Es inevitable mirar la misma situación con distintos lentes porque siempre se tiende a proteger a la cría”, asume Goldberg. Lo deseable es que esa suegra esté atenta a sus subjetividades y se abstenga de hacer comentarios o invadir la dinámica de la pareja. 

COMPETENCIA DESLEAL 

La psicoanalista Adriana Guraieb recuerda que en el siglo pasado, en épocas de “la casa grande” donde vivían los abuelos, los hijos y los nietos, la suegra era la dueña de la cocina, de la experiencia, del poder y trataba a su hijo sin registrar el paso del tiempo, ni el casamiento, ni su condición de paternidad. En ese entonces, la nuera asistía sumisa al poderío de la madre de su marido y acumulaba un resentimiento que detonaba en algún momento. Hoy, muchas suegras ya no están disponibles todo el tiempo porque desarrollaron un proyecto personal, están activas, hacen cursos, rearman parejas, viajan, salen con amigas y destinan un espacio acotado a la relación a compartir en familia. “Aun así, la competencia por el hijo-marido puede ser encarnizada cuando existe intrusión, invasión en la privacidad del terreno personal o de pareja”, explica Guraieb. A su vez, la llegada de un hijo/nieto reaviva el fuego de anteriores rivalidades.“Ahí la nuera gana el rol de madre y, si antes había competencia, ahora puede ser aún mayor porque ambas cumplen el mismo rol, aunque en relación a diferentes personas”, dice Goldberg. “Lamentablemente hay suegras/abuelas que no discriminan la gran diferencia que debe haber entre el ejercicio de la función materna y el del abuelazgo y, a veces, conscientemente o no, avanzan en territorios ajenos y, con el afán de sobreproteger a los nietos, terminan desautorizando o debilitando el límite que ponen los padres”, acota Guraieb. Cuando se establece un vínculo de competencia y rivalidad, ambas mujeres buscan demostrar que son mejores que la otra.“En este tipo de relación disfuncional, el hijo/hombre queda encerrado en un conflicto de lealtad en donde se ve obligado a elegir entre su pareja y su madre”, advierte Liliana Chazenbalk, y señala que es fundamental desarticular esa especie de triángulo y transformarlo en un vínculo de cooperación, en donde auténticamente se respeten las diferencias entre los roles. “Ambas son importantes, pero cada una cumple una función diferente”, resalta Chazenbalk. El punto es que son amores distintos: mientras que el amor maternal suele ser incondicional, el amor erótico es condicionado y se debe alimentar y mantener. No existe competencia posible si se entiende que ambos afectos corren por vías distintas y ninguno reemplaza al otro. 

REGLAS CLARAS 

Beatri Goldberg asegura que si el hombre toma una postura de querellante, aun sin darse cuenta, las compara y fogonea la rivalidad sin saber alivianar el conflicto. Son los hombres que, por ejemplo, sin la capacidad de ponerle un límite a su madre, se excusan ante ella a partir de involucrar a su mujer: “Mamá, hoy no vamos a tu casa porque a Guillermina se le parte la cabeza”. En realidad, es él quien no tiene ganas de ir al almuerzo familiar, pero no se anima a expresarlo y se escuda en las pocas ganas de ella. Eso redunda en mayor encono entre ambas. “Son indicadores de que ese hombre no hizo el verdadero corte con su familia de origen o sigue estando demasiado pendiente de la mirada o de la opinión de su madre. Eso demuestra un vínculo infantil entre ella y su hijo, de ahí se explica la mala relación de ambas”, analiza Goldberg. En general, si hay conflictos con la suegra, a la corta o a la larga quedará en evidencia que hay problemas con el marido porque lo más probable es que él tenga cuestiones no resueltas. Polly Gallacher explica que, para que se establezca y consolide el amor de pareja, él debe poner la figura de su madre a un costado. Eso no quiere decir abandonarla sino madurar emocionalmente y evolucionar en el vínculo. Por eso, si el hombre toma el rol de mediador, intentará unir a las partes y limar las asperezas. Y eso implica saber ponerle límites a su progenitora (o a su mujer). Cuando ambos tienen un vínculo adulto, cada uno ocupa su rol y, como en el Antón Pirulero, cada cual atiende su juego. 

DESENROLLAR EL ENROLLO 

Lo mejor es reconocer el territorio de cada una y no invadirlo. “Es una actitud inteligente que la suegra no se entrometa en temas en los que no es consultada”, sostiene Chazenbalk. De parte de la nuera, es importante no entrar en competencia. Ambas deberían mantener una comunicación fluida, con mensajes claros y desenmarañando los malos entendidos. “En toda relación sana es fundamental no criticar, juzgar ni culpabilizar al otro; si hay algo que nos molesta, es positivo poder expresarlo y reconocerlo. El hecho de ponerse en el lugar del otro genera inteligencia emocional”, dice Liliana Chazenbalk.“Un diálogo a tiempo, garantiza la seguridad de una relación armónica, “para que fluya, en el respeto de las diferencias de funciones y de edades”, sentencia Guraieb. Pero no es sólo hablar sino hacerlo del modo correcto: “Es im- portante no etiquetar ni etiquetarse, ya que esto promueve conductas limitantes. Nadie posee la verdad absoluta, por eso se crea un conflicto cuando cada persona quiere imponer la suya como si fuera la única existente”, señala Liliana Chazenbalk. 

De todos modos, si hay roces y conflictos constantes quien tiene que encauzar la situación es el hombre que está en el medio. ¿Cuál es la mejor forma de hablar con él sin ser agresiva ni ponerlo entre la espada y la pared? Polly Gallacher sugiere pensar en un diálogo reflexivo: “Tiene que haber una conversación abierta entre los miembros de la pareja que invite a la reflexión, sin juzgar ni estar a la defensiva”. Si a una amiga se le puede hablar de un modo más visceral, “mi suegra me tiene harta”, a la pareja conviene encararla con inteligencia emocional: “A mí me está pasando que cuando viene tu mamá…” o “sus comentarios hacia mí me hacen sentir de tal forma”. “Hay que hablar desde una, desde lo que siente y apelando a la madurez de cada uno. Sin rivalizar, poniéndose en el lugar de la otra persona con generosidad y sin tratar de tener razón siempre, saber que hay algo más grande para todos los que son los vínculos”, dice Gallacher. Si eso no alcanza, habrá que pensar en un espacio terapéutico. Porque, en vez de apretar los dientes para ganar la batalla, lo más sano siempre es hacer lo posible para resolver el conflicto. 

Liliana Chazenbalk puntualiza: “Las relaciones entre suegras y nueras pueden transformarse en maravillosos desafíos de aprendizaje para conocerse a sí misma y a la otra desde un nuevo lugar y resultar muy enriquecedoras si se trata con aceptación, afectividad y respeto”.