Casi el 15% de la población mundial comparte esta problemática. Los especialistas enseñan cómo reconocerla a tiempo y tratarla.
Intentar leer y ver cómo las letras sobrevuelan la hoja: concentrarse en una palabra (ni hablar de una oración) resulta una tarea compleja. Comprender un texto, aún peor. De eso se trata la dislexia. No es una enfermedad, sino una de las dificultades específicas del aprendizaje más frecuentes. “El chico que la padece no puede leer o lo hace mal (con repeticiones, adiciones, sustituciones), no comprende lo que lee, le cuesta escribir o copiar del pizarrón, necesita más tiempo que los demás para hacerlo y tiene mala ortografía”, especifica el neurólogo infantil Juan Manuel Ferrer, jefe de Neurología Infantil del Instituto de Neurociencias Buenos Aires (INEBA).
Es más usual de lo que imaginamos: según datos de la Asociación Internacional de la Dislexia, cerca del 15% de la población mundial presenta esta condición. Se estima que en la Argentina, el porcentaje ronda el 10%. Albert Einstein, Leonardo da Vinci, John Lennon, Steve Jobs y Jennifer Aniston, entre otros famosos, tuvieron inconvenientes con la lectura y escritura durante su infancia.
Las Pruebas Aprender 2016 expusieron que el 46,4% de los escolares no comprende los textos básicos. “Pero no todas las dificultades en la lectura se explican por este diagnóstico”, distingue la neurolingüista Daniela Szenkman, coordinadora del Laboratorio de Investigaciones en Lenguaje de la Fundación INECO. Según explica la especialista, esa condición no se relaciona con un déficit sensorial o un contexto familiar o educativo empobrecido.
En contra de algunas opiniones basadas en la falta de información, los neurólogos aseguran que los que la padecen de ninguna manera son inferiores intelectualmente.
“Usualmente presentan un coeficiente normal o supe rior y no poseen alteraciones neurológicas o madurativas asociadas. El problema principal es que, aunque estos chicos tienen un CI normal, no lo pueden aprovechar a la hora de leer y escribir. Entonces, se frustran, se distraen con facilidad, se sienten tontos, su autoestima baja y abandonan lo que hacen. De esa manera quedan atrapados en un círculo vicioso”, asegura Ferrer.
La dislexia, claro, los coloca en desventaja. “El dominio de la lectura y escritura es una habilidad muy valorada por la sociedad. Los chicos saben que en primer grado deben aprender a leer y están atentos a su propio avance y al de sus compañeros: se comparan con los demás y así forjan su autoimagen. Si su aprendizaje se demora mientras que el de su grupo progresa, el alumno empieza a sentirse diferente”, asegura la psiquiatra Silvia Panighini, jefa del sector de psiquiatría infantojuvenil de FLENI (Fundación para la lucha contra las enfermedades neurológicas de la infancia).
Aunque no hay una causa clara de la dislexia, los estudios revelan un fuerte componente hereditario. “El cerebro de una persona con esa condición presenta diferentes anomalías, como un lóbulo temporal anatómicamente desorganizado, conectividad alterada y regiones que no se activan lo suficiente durante la lectura”, detalla Szenkman.
Frente a un texto, ese cerebro no actúa igual al de una persona que no la padece. “Se diferencia en la forma en que procesa la conexión entre las letras (individuales o agrupadas) y sus sonidos o en cómo las distintas partes del cerebro se comunican e interactúan”, especifica Panighini.
Como no se trata de una enfermedad, no tiene cura. Pero sí se trata. “Los métodos más efectivos abordan los distintos aspectos del lenguaje y la fonología, y permiten un avance gradual en la lectura de una forma sistemática y personalizada. Los pueden realizar fonoaudiólogas o psicopedagogas que tengan capacitación y experiencia en dificultades específicas del aprendizaje”, explica Panighini.
Un chico que la padece será un adulto disléxico. Pero con un abordaje terapéutico y determinadas estrategias escolares “podrá desarrollar múltiples herramientas compensatorias que le permitan desenvolverse adecuadamente en un entorno social y laboral”, asegura Daniela Szenkman.
¿Cuándo se advierten los primeros signos de dislexia? En la etapa preescolar ya aparecen indicios lingüísticos. La familia y las maestras jardineras deben observar si tiene dificultad para aprender a hablar o fallas en la pronunciación o le cuesta recordar rimas. En los primeros años de la primaria, hay que prestar atención a estas conductas: lee muy lento, a veces adivinando y cometiendo muchos errores al deletrear; saltea letras, las reemplaza o invierte; escribe las palabras juntas o separa cada una en partes. Es usual que un alumno disléxico tenga una letra difícil de entender y una redacción muy desorganizada. Además, le cuesta mucho leer de forma silenciosa, por lo que hacen una lectura subvocálica (mueve los labios o susurra lo que lee).
Muchos recién son diagnosticados al promediar la escuela primaria o, incluso, más tarde. Eso sucede porque los inconvenientes de aprendizaje son confundidos con problemas de conducta: el alumno se niega a realizar las tareas o a permanecer sentado. Otras emociones a las que las maestras y padres deberían prestar atención: enojo e impulsividad (sobre todo, en los varones), ansiedad en cualquiera de sus formas (insomnio, pesadillas o fobia escolar), mutismo o somatizaciones (dolores de cabeza, de panza, vómitos, desmayos) o síntomas depresivos (tristeza o cambios bruscos de humor).
Julia (46) se enteró de que la tenía recién en la adolescencia. La escuela primaria le había resultado muy difícil y recién en la secundaria pudo entender el porqué, cuando trató su conflicto con la psicopedagoga y una fonoaudióloga. “Me fueron de gran ayuda, aunque siempre debí esforzarme más que el resto, era notorio. Soy contadora, escribo a diario emails y recurro al corrector de textos o a algún compañero”, explica.
Cuando no pueden leer correctamente los chicos se sienten avergonzados y ansiosos por no cumplir las expectativas esperadas.
“El principio para que ellos tengan un desarrollo educativo adecuado es que las autoridades escolares, maestros y terapeutas trabajen en equipo, según las necesidades del alumno. No hay una dislexia, sino ´niños disléxicos´”, diferencia Ferrer.
Según los especialistas, los maestros deben evitar que los niños con dificultades lean en voz alta delante de sus compañeros. Conviene darles más tiempo para tareas escritas. Priorizar su evaluación oral, darles material impreso (así se evita que deba copiar). También permitirles el uso de tablets y de audiolibros (agiliza el proceso de lectura y le devuelve el disfrute).
Lo recomendable: animarlos a hablar de sus sentimientos, aceptar las dificultades, respetar sus límites. También recompensar el esfuerzo (no sólo el resultado), no dañar su autoestima (evitar castigos y comentarios negativos), imponer metas alcanzables y compartir tiempo con ellos más allá de las tareas escolares. Para remediar el desaliento escolar y aumentar su autoestima en otras áreas, hay que motivarlo para que descubran y disfruten otras actividades, como deportes, pintura o canto, por ejemplo. De esa manera, la dislexia ya no será un obstáculo, sino que se convertirá en un desafío a superar.
Hay dificultad para entender las
rimas de las canciones y fallas en la pronunciación.
Problemas para aprender a leer. Muchos errores ortográficos.
Bajo rendimiento académico y dificultad con las lenguas extranjeras.
No comprenden lo que leen y se distraen con facilidad. Tienen baja autoestima.
Asesoró: Juan Manuel Ferrer, jefe de Neurología Infantil de INEBA (Instituto de Neurociencias Buenos Aires).