La nueva normalidad nos llevó a que esa exageración por la información al instante, la respuesta inmediata -que ya teníamos- se convierta en nuestra única forma de vida. ¿Uso o abuso de la tecnología? Lo que debemos saber.
La tecnología se hizo indispensable para poder trabajar, estudiar, estar en contacto con amigos y familiares, hacer compras, festejar aniversarios, hacer lanzamientos de nuevos productos, gimnasia, entre otras muchas cosas más. Pero, ¿cómo repercute en la familia, en las relaciones y, sobre todo, en los más chicos? El tiempo que están expuestos a las pantallas ha aumentado de una manera que se hace imposible de evaluar. Horas y horas, enrollados sobre su propio cuerpo despatarrados en cualquier lado, eso sí, mirando la pantalla, inmersos en el mundo virtual y desconectados del real. Esta hiperconectividad, ¿puede traer consecuencias no deseadas en los vínculos y en la salud?
El counselor Alejandro Corbalán, presidente de la Asociación Argentina de Counselors, responde y nos orienta
sobre qué podemos hacer para cuidar a nuestros hijos de los riesgos relacionados con esta nueva forma de vivir.
Vivimos frente a una ventana virtual. ¿Cómo puede afectar las relaciones entre los integrantes de la familia?
Así como vemos en un acto de prestidigitación o ilusionismo, como el efecto hipnótico que permite la “magia”, que es provocado por la concentración de la atención y la conciencia en un objeto o punto, del mismo modo funciona cuando concentramos nuestra atención en una pantalla. Esto provoca una ampliación de la “conciencia interior” en detrimento de la conciencia de lo externo.
¿Pero las pantallas, además, emiten un cúmulo de estímulos audiovisuales e incluso táctiles, contenidos de interés y hasta promesas de satisfacción inmediata?
Ciertamente, todo contribuye a ese efecto que produce el contacto estrecho con las pantallas. Reduce nuestra capacidad de atención al resto del ambiente y en cierto modo nos aísla, suspendiendo, cuanto menos, la comunicación con los demás.
Sí, de eso estamos al tanto. Ya ni nos miramos y hasta nos chocamos en el pasillo…
Es tan atrapante que capta la atención por completo. Va minando la comunicación, se vuelven escasas, monosílabas y las relaciones van perdiendo profundidad. Si, no, después, claro…. Se habla sin pensar, muchas veces.
¿Y algunos trastornos de la personalidad?
Los más comunes son los del sueño, ansiedad, fobias específicas (como la llamada “fomo” o miedo a estar perdiéndose algo o quedar excluido en las redes sociales), distorsiones cognitivas y una disminución de la capacidad de análisis crítico de la realidad e, incluso, de la creatividad.
¿También les pasa a los adultos?
Sí, claro. El uso constante se hace costumbre, y esa comunicación indirecta, como toda reiteración, genera habitualidad. El individuo se acostumbra a esa forma de hablar y termina prefiriéndola.
¿El mal uso puede llevar al aislamiento?
Debemos distinguir el “mal uso” del “abuso”. El primero se define por su intencionalidad maliciosa (insulto,
acoso, engaño, estafa) y el “abuso” por su efecto problemático (abandono de actividades y responsabilidades).
Hay edades en las que los chicos se meten para adentro, se encierran y hasta se ocultan en la pantalla…
El aislamiento normal, propio de muchos púberes y adolescentes, que tiene que ver más que nada con la construcción y resguardo de su intimidad, se acentúa con el uso excesivo de la tecnología, es cierto. Encuentran en la virtualidad un mundo intermedio entre la fantasía y la realidad, acostumbrándose “a vivir” en él. Como puede elegir libremente según sus parámetros, se encuentra en una situación ideal para desarrollar su propio gusto, su interés por determinadas cosas y estar conectado, sí, con otros pares con quienes compartir todo eso.
Entonces ellos no se sienten solos…
No, el aislamiento no siempre es vivido como tal y el adolescente es probable que no se sienta solo. Lo acompañan otros, a través de redes de todo tipo, a quienes incluso puede que considere amigos y por quienes sienta afecto.
¿Eso no genera problemas de sociabilidad?
Sabemos que entre las consecuencias de un uso excesivo puede estar el progresivo deterioro de las relaciones y el aislamiento de las relaciones familiares y el mundo afectivo. En general, surge el riesgo de pérdida de sentido de pertenencia y eso generará problemas de socialización y aumentará el riesgo de sufrir depresión.
¿Y cuál es el rol de los padres (que suelen no poder manejarlo) en uso de la tecnología?
Siempre deben educar, porque es un acto de amor. Es alentar un aprendizaje que resulte significativo para los niños, adolescentes y jóvenes incluso. Es necesario explicarles el aspecto negativo del uso excesivo –no de la tecnología en sí ni de los contenidos necesariamente– sino del uso abusivo que hacemos de ella y las consecuencias negativas para el desarrollo y las relaciones.
Nada fácil de poner en práctica…
Los padres deben estar atentos a las necesidades básicas de sus hijos y hay que ser muy afectuosos porque el amor ayuda a construir una autoestima equilibrada, realista. Un hijo necesita un contexto seguro que delimite los comportamientos adecuados o inadecuados para su desarrollo y formación.