La infertilidad secundaria es un diagnóstico que se atraviesa en silencio. ¿Por qué, a veces, el segundo embarazo tarda en llegar?
Quedar embarazada por primera vez fue una aventura, la escena siguiente a la decisión (“¡Sí, quiero!”). Después, ser madre tampoco fue tan grave como predicaban amigas, hermanos y los realities de la televisión. Hubo que organizarse, empezar a conocer al bebé, saber qué necesidades lo inquietaban de día y de noche. Pasado un tiempo, todo se acomodó y mantener la rutina fue posible. Claro, los chicos, como los adultos, tienen sus días. Pero te acostumbraste a sus malos momentos y a surfear imprevistos (fallarle a una amiga porque tu hijo levantó fiebre, resignar el blanco impoluto de los almohadones del living, cambiar tu ADN para pasar más tiempo en casa). Lo real se impuso a lo ideal; igual, todo bien, es donde querés estar.
Entonces decidís (bah, deciden) que están listos, que es tiempo del hermanito.
Pasan seis meses, un año, y el embarazo no llega. El ginecólogo le pone nombre a lo que pasa: infertilidad secundaria.
“¿Cómo que soy estéril, si ya fui madre?”. “¿Cómo que no podemos traer vida al mundo, a nuestro mundo, si ya pudimos ser padres?”. El signo de pregunta desconcierta a quienes representan el 20% de las consultas de los centros de fertilización asistida.
“Una pareja que ha tenido embarazoso previos puede luego padecer esta dificultad. Existen causas que se adquieren con los años y que influyen directamente en la fecundación, como alteraciones en las trompas de Falopio o en el útero, infecciones, desequilibrios hormonales y, por supuesto, la edad de la mujer y del hombre”, explica Susana Kopelman, especialista en endocrinilogía ginecológica y reproducción, directora científica de CEGyR.
Antes, cuando la maternidad es encaraba al finalizar los 20 y pico, quedaba más de una década por delante para afrontar cualquier dificultad para concebir. Hoy, con la llamada maternidad retrasada, el tiempo es otro. Muchas veces, este diagnóstico permite comenzar una batería de estudios médicos que detectan afecciones que hasta el momento no sabían que padecían.
“¡Para cuándo el hermanito!”, bromean todos con una mirada que parece que condena al hijo único como niño tirano y a sus padres como ególatras. Porque la infertilidad secundaria sigue siendo un tabú, una mala noticia que sus víctimas suelen atravesar con pudor y discreción.
“Cada vez que la mujer menstrúa, aparecen la desilusión, la angustia, la frustración”, simboliza Santiago Gómez, psicólogo de Decidir Vivir Mejor. Gómez enumera que la ansiedad típica de la búsqueda de un embarazo, cuando se confirma esa intuición de que algo no anda bien, se suman un ejército de síntomas como mayor ansiedad, estado permanente de alerta, sensibilidad, tensión física, cambios de humor.
Una vez recibido el diagnóstico, antes de hacerse la primera muestra de sangre, los especialistas aconsejan: más allá de las angustias y modos de afrontar la noticia, tratar de fortalecer la relación. Y la autoestima. O hacer el duelo.
El mundo íntimo se da vuelta.
Se cuestiona a la pareja, la realización como mujer, el ideal de familia.
Porque por más que ya tengas un hijo (y todos te lo recuerden) soñabas con otro, con amarlo tanto como al primero, con enchincharte menos y disfrutarlo más. Deseabas que tu primogénito disfrutara a un hermano. Ya sea porque sos hija única -y te sentiste muchas veces sola- o porque tenés hermanos y sabés de que se trata ese infierno mágico.
¿Cómo se sobrelleva esta noticia, desde lo anímico, cuando está confirmada la infertilidad?
Cada pareja hará lo mejor que pueda. Depende de su madurez, de su fortaleza, de su capacidad de aceptación y de su perspectiva flexible, positiva, práctica: en este caso seguro van a poder procesarla bien.
“En cambio, si uno de los dos tiene pensamientos catastróficos o ideas demandantes (“Sí o sí quiero un hijo”), se va a generar un malestar que puede desatar muchos conflictos, incluso la separación”, avisa el psicólogo Santiago Gómez.
¿Desde el consultorio, qué sigue? “Estudiar a los miembros de la pareja y tratar el factor de infertilidad diagnosticado. Las alteraciones hormonales y/o ovulatorias se regulan con medicación; los problemas en las trompas o en el útero se revierten con cirugía, si hubiera alguna infección se trata a ambos miembros al mismo tiempo -detalla Kopelman-. Una vez que el tratamiento da resultado, continúan con la búsqueda espontánea, sobre todo si la mujer se encuentra dentro del rango de edad considerado de mejores resultados, es decir, menor de 35 años. Después, si el embarazo no llega, si el tratamiento no fue eficaz o por la edad, se indican técnicas de reproducción asistida”.
La realidad biológica, el destino, la naturaleza, los genetistas… quizá también la apertura mental tengan la última palabra en la era de las “nuevas familias” que se forman y alegran la vida más allá de los vínculos sanguíneos.
El 18% de las parejas tiene problemas para concebir.
El 20% por razones en común o causas desconocidas.
El 40%, la infertilidad es masculina (infecciones, varicocele, algunas medicaciones o sustancias tóxicas como el cigarrillo, traumatismos, enfermedades criticas como diabetes, tener más de 45 años).
En el otro 40% la esterilidad es femenina (tiroides, obesidad, celiaquía, endometriosis, síndrome del ovario poliquístico, trombofilia, tabaquismo, maternidad diferida).
FUENTE: CEGyR Medicina Genética y reproductiva.
Por Luciana Mantero
Fragmento del libro El deseo más grande del mundo
“No sé si a todas las parejas les pasa lo mismo; supongo por lo que me han contado que cada una lo vive distinto y de acuerdo con la solidez de la relación. Pero en la búsqueda de un hijo que no llega, hacer el amor se reviste de tal utilidad que pierde gran parte de la emoción de los espíritus libres. La cuestión interfiere con las fantasías, conspira contra el placer, le quita la alegría. Mi ginecóloga siempre dice: “Se hace el amor con la pareja, no con el calendario”. Pero la cuestión de la pareja no termina en la cama. Supongo que si a la presión social por quedar embarazada se le suma la del compañero (digamos, del varón, aunque si es una pareja homosexual el modelo tradicional mamá-papá queda obsoleto), una se siente más agobiada que al correr una maratón recién llegada a La Paz, vía aérea. En mi caso, mi pareja está bien. Pero yo siento la urgencia de otro hijo. El solo quiere que yo sea feliz y yo me flagelo pensando por qué se me ha pegado este carpióho. Me cuestiono si es una afrenta al no poder, si es que no soporto un no como respuesta o es un deseo tan profundo y tan genuino que vale cualquier sacrificio. ¿Cualquier sacrificio?”.