Sylvia Iparraguirre: “Siempre estoy en estado de aprender, de sorprenderme”

Sylvia Iparraguirre: “Siempre estoy en estado de aprender, de sorprenderme”

Entrevista

La aclamada escritora argentina, compañera de vida de Abelardo Castillo y alumna de Borges, presenta su nuevo libro donde transcribe las clases de literatura rusa que dictó en el Malba.

04/04/2024 14:26

¿Qué te fascina de los escritores rusos?

Su dimensión, su humanidad y cómo transformaron el género novela, el cuento y el teatro del siglo XX. Su influencia sobre los escritores que los siguieron; por ejemplo, Tolstói era el novelista que más le gustaba a James Joyce.

¿Con qué se van a encontrar quienes lean este libro?

Con una literatura, un país y una cultura poco visitadas: la Rusia del siglo XIX, que dio autores decisivos a la cultura universal.

¿Cómo fue la experiencia del seminario?

Muy buena y gratificante, ya que el interés por estos autores superó mis expectativas al punto que debimos repetirlo al año siguiente en el auditorio. Y porque fue la prueba de que en la Argentina sigue habiendo excelentes lectoras y lectores.

¿En qué se tocan la literatura rusa y la argentina?

La geografía es parecida, una planicie inmensa; el momento: el romanticismo. Pushkin y Echeverría, aunque se ignoran por completo, fueron contemporáneos y, de un modo parecido, fundacionales. Ambos se encuentran con que, en sus países y en literatura, hay que hacerlo todo. Nosotros éramos una colonia española y la norma culta “debía ser” escribir como en España; para los españoles éramos bárbaros en ese sentido. En Rusia, la clase ilustrada, la nobleza, escribía y hablaba en francés, el ruso era una lengua depreciada, de siervos; fue Pushkin quien toma el ruso hablado por la gente y lo lleva hasta sus posibilidades literarias más altas y complejas.

¿Es este, de algún modo, un “libro de aventuras”?

Las "Clases de literatura rusa"Las "Clases de literatura rusa"

En algún sentido o en varios, sí. Hay una aventura intelectual: te mueve la curiosidad. En principio, la que nos mueve a todos: ¿cómo fueron las vidas de estos escritores extraordinarios, sus circunstancias? Después, las peripecias (el motor de la “aventura”) de la escritura de sus obras bajo una censura feroz y, por fin, sus obras en sí, el centro de la cuestión. Aquello que plantean y que todavía nos habla con enorme fuerza.

¿Cómo fueron tus primeros contactos con la literatura?

Tuve la suerte de que en mi casa siempre hubo libros, a mi padre le gustaba mucho leer, se sabía de memoria el Martín Fierro; mi hermana y yo heredamos esta pasión. Leí a los 12 años Robinson Crusoe, libro que me marcó. También historietas, La pequeña Lulú, y las de aventuras, como El Zorro, cuando empecé a leer sola. Podía revisar la biblioteca de la casa de mis abuelos, donde había cosas que me maravillaban: la Espasa Calpe, la enciclopedia, que miré cien veces, y muchos libros. Fui afortunada.

¿Qué sentiste al dar un final ante Borges?

Unos nervios tremendos: ahí estaba Borges esperando que yo dijera algo con sentido sobre el fragmento épico de Finnsburh, de las antiguas literaturas germánicas, mientras yo solo podía pensar o, mejor dicho, estaba atascada en la situación de estar frente a frente con Borges. Cuando pude hablar, salí muy bien, pero nadie reprobaba con Borges. Era extremadamente generoso con sus alumnos.

¿Cuáles son tus referentes?

Abelardo Castillo, mi marido y compañero de toda mi vida: lo conocí muy joven, a él y a su biblioteca. Me guió en lecturas imprescindibles; aprendí que publicar un libro es algo más que eso, que el primer compromiso, en el sentido de entrega, de un escritor o escritora es con el texto que está escribiendo. Por supuesto Borges, que vivía dentro de la literatura. Toda mi biblioteca: los rusos, los anglosajones. Mis dos maestras: Virginia Woolf y Katherine Mansfield. Mis contemporáneos y contemporáneas, tanto de aquí como de afuera. Siempre estoy en estado de aprender, de sorprenderme.

¿Qué guarda la gran biblioteca que formaron junto con Abelardo Castillo?

Hay miles de libros en mi casa entre las dos bibliotecas. Hay dedicatorias de Cortázar, Ray Bradbury, cuatro libros dedicados por Borges, de Vasco Pratolini, de Roa Bastos. La edición de Tiscornia del Martín Fierro. No puedo enumerarlos a todos. Compartimos una pasión bibliófila. Con los años, yo reuní un grupo de libros antiguos y de pequeño formato. Por ejemplo, el Adonais, de Giambatitta Marino, en dos tomitos, en una edición de 1651.

¿En qué género te gustaría incursionar?

En ciencia ficción, algo que me gustó desde chica, pero sé que no se me va a dar.

¿Cuál de tus textos pasarías a imagen?

Hay dos: sin duda, La tierra del fuego, no porque yo lo diga, sino porque han venido a verme en tres ocasiones para pasarla a cine o serie, y Antes que desaparezca, creo que podría dar una visión de época.