Imagen de Hero, la fragancia de Burberry, tiene pasado religioso y militar, intimidad resguardada y fobia a verse en escena. Fetiche de directores de culto, después de "El último duelo" y "Anette", cierra el año con la más película esperada sobre la dinastía de la moda italiana.
Lo confirma tanto el fenómeno viral que provocó su decisión de ser embajador de la fragancia Hero, de Burberry, como su protagónico en House of Gucci. En la película de Ridley Scott basada en la trágica historia de la dinastía de la moda italiana, además, comparte cartel con Lady Gaga, Jared Leto y Al Pacino. También es un dato que el mismo director lo haya elegido para la reciente “El último duelo” (su debut en el género épico, con Matt Damon y Jodie Comer). Así como que a su vez esté en el extravagante musical “Annette” (del francés Léos Carax, con Marion Cottillard, original de Amazon Studios y disponible en Mubi).
Una parte de la crítica considera que es de “otro tiempo”. Lo comparan con actores de los ‘50, ’60 o ‘70. Pero tal vez Driver sea, por el contrario, más actual que todos. En vez de ser el raro que confirma lo clásico, quizá es un exponente de una nueva era. Un representante de este tiempo en el que ya no corren tales normas. Por algo sus personajes (desde su revelación como Adam Sackler en “Girls“) tienen, en muchos casos, un atisbo de contemporaneidad. En los relatos en los que participa los vínculos, los géneros, los poderes y hasta las paternidades y las virilidades se cuestionan.
Su llamativo porte, su rostro con carácter y su voz grave no son barrera para transmitir emociones. Parte de su éxito en “Marriage Story” fue por su capacidad para mostrar el dolor de Charlie, ante la fractura expuesta de su matrimonio y la cercanía con su hijo en riesgo. La madre y el padre de Driver se divorciaron cuando él tenía 7 años. También sufrió una mudanza de ciudad. Así que “se sintió muy familiar”, dijo. “Pensé todo el tiempo en las cosas que mi papá no hizo. El no se resistió -contó en una entrevista para The New Yorker-. La lucha del personaje por la custodia me conmovió.”
Sentimientos ante todo. Hasta para interpretar a Kylo Ren en Star Wars. “Más allá de lo espectacular, en ‘Star Wars’ hay temas de gran trascendencia, como la familia. Es fácil sentirse identificado; son los elementos humanos los que hacen que las películas sean interesantes y atemporales”, analizó. Así como aclaró que, para él, actuar en una de las sagas más taquilleras de la historia era solo “hacer lo que estudié durante cuatro años”.
Pero lo que nunca pudo (o no quiso) ocultar es el trastorno de ansiedad que le causa mirar sus trabajos. Contó que se dio cuenta de esa fobia desde la primera vez que Lena Dunham le mostró “Girls” en una notebook y que sintió ganas de vomitar cuando tuvo que estar en el estreno de “El despertar de la fuerza”. Por eso se preserva y no se ve. Lo avisa en las entrevistas y, si no le cumplen, se va. ¿Celebridad al fin? No, protege su salud mental. Otro dato peculiar para “el actor de Hollywood que fue marine”.
El rechazo a verse en acción y su pasado militar son dos de los titulares más repetidos sobre Driver. Le siguen las notas sobre ser el favorito del cine de autor. En eso también se sale de la norma. En su (aún) corta carrera impresionan los nombres de cineastas que lo han elegido: Baumbach, Scorsese, Lee, Coen, Eastwood, Abrams y Spielberg son solo una parte de la lista. “Respeta el juego”, sintetizan varios de ellos. Y algunos hasta encuentran una ventaja en esa repulsión a mirarse. Dicen que le permite mantenerse en foco.
“Operaba con una brújula diferente. Su físico y sus ritmos de habla eran todos inesperados. Sin embargo, totalmente orgánicos. No sentías que estaba montando un espectáculo o que era educado. Parecía ser de otro universo”, compartió el director Steven Soderbergh sobre su trabajo en la comedia “Lucky Logan”. En una entrevista de promoción sobre ese film, el meticuloso Adam pidió que se corrigiera una respuesta. Lo había pensado bien: prefería las carreras de autos a las de motos. En las preguntas anteriores había elegido la pizza por sobre las tortas e “interpretar al chico malo que parece el bueno”.
Desde la adolescencia se interesó en actuar. Tuvo un club de amigos: veían las películas que les prohibían en su casa y hacían videos como cortos de ficción. “No tenían tramas. Eran solo escenas de acción con pistolas de plástico.” Cuando terminó el secundario se presentó en Julliard, el conservatorio de arte dramático de Nueva York. Lo rechazaron. Intentó mudarse a Los Ángeles y “probar suerte”. Pero volvió al garage familiar con el auto roto y sin plata, a los dos días. Se puso a vender “cualquier mierda”. Hasta que, excusa del destino o no, fueron los atentados del 11-S de 2001.
Adam estaba por cumplir 18 años y tuvo la necesidad de hacer algo. Por el sentimiento de defensa patriótico, pero también por la búsqueda de un propósito en sus días. Fue tan abrupto que cuando se presentó para reclutarse, le preguntaron si escapaba de algo y ni siquiera se despidió de su familia. Le permitieron una llamada y, justo, no atendieron.
Se lo ve como alguien disciplinado. Tal vez producto de ese enrolamiento. Pero esa experiencia -como una paradoja- también le posibilitó alejarse de los dogmas. Es escéptico. Respeta y diferencia la fe de la religión, pero desconfía de quienes aseguran que las cosas funcionan de una sola manera. “Me engañaron durante 17 años”, comentó en relación a su crianza rodeada de cultos. Su padre fue pastor de la iglesia bautista, al igual que el segundo marido de su madre, a quien ella (pianista del templo) introdujo en la predicación.
Radicado en Brooklyn, con mucha experiencia teatral en Broadway, se define como “un actor neoyorkino”. Después del desarme, por fin entró a Julliard, donde se graduó en 2009. “Hubiera sido bombero si no funcionaba.” La transición, confesó, fue muy difícil. No lo entendían, ni de un lado ni del otro. Pero en esa universidad se enamoró. Y con Joanne, además de la familia de la que solo se conoce el nombre de su perro (Moose), fundaron y sostienen Arts in the Armed Forces, una ONG dedicada a llevar arte a los cuarteles.
“Elegimos una gran obra de un autor estadounidense contemporáneo y vamos a un campamento. Sin escenario, sin vestuario, sin luces, solo la leemos para mostrar que se puede crear en cualquier parte. Luego hablamos y las personas se expresan e identifican. Es muy satisfactorio ver cómo el teatro es una herramienta, tiene acción y energía.“ También desmitifica a los militares. “No son robots. Son personas reales.”-