Entrevista
La autora y crítica de arte, ganadora de dos Konex y del premio Sor Juana Inés de la Cruz 2024, le escapa una vez más a la etiqueta de los géneros en su último trabajo.
¿Cuál es la chispa inicial de este libro?
Las ganas de estar en estado de escritura. Yo no escribo por placer, escribo porque me resulta intoxicante salirme de la realidad. Cuando estás en medio de un relato se genera una burbuja que te exime de todas las enormes minucias cotidianas que tienden hacia lo denso y aburrido. En esa burbuja se te va el hambre, te olvidás del abogado y de pagar el monotributo. Quizá es un signo de inmadurez, pero lidiar con el yunque del mundo sin la escritura como escape mental me sería agobiante.
Hoy, ¿te sentís más cerca del arte o de la literatura?
Una es mi marido, la otra mi amante. Solo que no sé cuál es cuál. Tal vez es una trieja. Si me sacás el arte, no sé si tendría ganas de escribir, pero si me sacás la escritura, no sé si consumiría tanto arte.
¿Cómo es tu ritual de escritura?
Carezco de rituales. Escribo con efecto géiser. Escribo mucho en mi cabeza antes de sentarme a escribir, leo y camino y pienso durante meses, y cuando finalmente me siento, escribo rápido y lo reescribo infinidad de veces. Soy más reescritora que escritora.
¿En qué estante de la biblioteca ubicarías este libro?
En el sector de biografías de artistas (que debería ser generoso e incluir también el de autobiografías y el de biografías apócrifas). Me gustaría que mi libro tuviera el mismo poder que tenía el dibujito animado del perro Droopy, un libro que se aparezca en varios lugares a la vez.
¿Qué coleccionás?
Me gusta pensar que colecciono subrayados, pero en realidad carezco de sistema para guardarlos. Soy como un coleccionista que se pasó de rosca y ya no sabe lo que tiene. Me fui en vicio, como dicen los jardineros cuando una planta creció demasiado y sin control. A veces me quedo frente a mi biblioteca durante una hora intentando rastrear algo que leí alguna vez en un libro. Yo sé que si me lo acuerdo es porque lo subrayé, así que si encuentro el libro, encuentro el subrayado.
¿Cuál es tu época preferida de la pintura y cuál de la literatura?
No tengo épocas, tengo autores que surcan todo el amplio espectro de la historia del arte y la literatura en tiempo y en espacio. Desde Akenatón a Henry Darger. De Laurence Sterne a Victor Segalen. No soy una lectora ni una consumidora de arte voraz, pero lo que leo lo absorbo bien, se me adhiere a la mente con buen pegamento.
Como una especie de narradora que participa. ¿Qué lugar tienen las anécdotas en estos textos?
La anécdota es una gota de color en un bol de agua. La uso homeopáticamente y después dejo que se deforme, que se una a otros recuerdos, que adquiera su forma caprichosamente y, si tengo suerte, que ilumine otros rincones del relato. Si la anécdota no logra elevarse del mero dato, si no adquiere un espesor literario, no me interesa y la descarto.
¿Cómo se construye ese mundo de referencias, esos hipervínculos que se van engarzando en la narración? ¿Están todos en tu cabeza?
Si supiera cómo se construyen, lo haría más seguido. Los hipervínculos empiezan a formarse en mi cabeza cuando comienzo a escribir. Es como si activara un imán que llama a limaduras de hierro que tengo sueltas en la cabeza. Por otro lado, hipervincular es un músculo que tengo entrenado desde chica. Como si mis cables neurológicos estuvieran mezclados. Quizá es un problema que he convertido en gracia.
La relectura y frecuentar museos son acciones similares. ¿Qué significa esto para vos y tu trabajo?
Yo no frecuento museos, voy a ver obras. No soy una flâneur de museo ni siquiera cuando estoy de viaje. Mirar la película El arca rusa, de Sokurov, es mi idea de visitar un museo. Ahora, releer, eso sí que me gusta. Pero es un lujo al que rara vez accedo porque me gana la ansiedad por leer cosas nuevas. Esas cosas nuevas por lo general son cosas viejas. Rara vez leo contemporáneos. Ahora me entraron ganas de releer: voy a elegir un libro, probablemente sea alguno de Nabokov, cuya prosa es superior. Leerlo es como inyectarte hemoglobina.
¿Es verdad que el arte (en todas sus formas) tiene un gran poder sanador?
Los indios navajos creían eso y siempre me ha fascinado la historia sobre los dibujos de arena que ellos hacían para curar a los enfermos. Pero dicho esto, no creo que te cures de nada por visitar un museo; carezco de espíritu new age. Es posible que la visualización pueda tener algún efecto positivo sobre el ánimo y eso termine repercutiendo en el cuerpo, pero no lo niego ni lo afirmo.