Vos al tuyo le sacaste la ficha hace rato pero mirás alrededor y la comparación es inevitable. Te ayudamos a identificar cómo es él (y también el resto).
Siempre está en contra de cualquiera que le ponga un límite. Puede ser el dueño de la casa que alquila, el guardián de la cochera, el portero del colegio, las maestras de sus hijos o el agente de tránsito que le indica que está mal estacionado. Para él todos son unos inútiles y no saben nada. Y, por supuesto, sus hijos son intocables, y todo lo que hagan estará bien. Siempre. Defiende lo indefendible (sus chicos suelen sentirse abochornados “¡pará papá!”, dicen por lo bajo). ¿Reconocés a alguien?
Es el amigo de sus hijos: los ayuda con la tarea, juega con los autitos como cuando era chico, inventan historias. Es un boy scout, siempre listo para salir a comprarle el libro, la carpeta o lo que sea. ¿El lugar de vacaciones? Siempre el que eligen sus chicos. “Si no se aburren, pobres.” Conoce al portero, las maestras de todos los grados, la señora que les da el almuerzo y al director. A todos los llama por su nombre de pila, como si fueran sus amigos. Claro, ya tiene 3 hijos en el colegio, los lleva y trae todos los días. Es el que te hace señas que hay un auto que se está yendo y vos podés estacionar. Te tutea desde el primer momento. Se pone a tu disposición para llevarte a tus hijas a hockey todos los sábados (¡total yo llevo a las mías y me divierte!), a retirarlas de los cumpleaños (“no me cuesta nada, tu casa casi me queda de paso”). Vive consagrado a sus hijos.
No se caracteriza por su amabilidad. Lo que más le gusta es unirse al grupo de los tomadores de café después de ver a sus hijos entrar al colegio. Sabe todo de todos. De qué trabaja el padre del “colorado” compañero de su hijo, quien está por cambiar el auto, por qué la rubia de la camioneta azul vive tan lookeada, quiénes son los padres de la directora de inglés, dónde viven y otros chimentos más curiosos y quizá no tan verosímiles. La mesa es un jolgorio de 8 a 9 de la mañana. Quienes lo ven cada mañana no pueden dejar de sentir un poco de envidia por no pertenecer al grupo. En casa no hace nada con sus hijos (“¡miento!, con el varón juega a la play”). Ni los ayuda con los deberes (“¡no tengo paciencia para eso!”) ni es capaz de sacar la vianda de la heladera, ¡se olvida!
No es tu marido. Es el padre de un compañerito. Antisociable. Siempre con anteojos de sol. No habla con nadie. Parece una caja lacrada. Nadie sabe nada de él, lo que lo lleva a ser el centro de todas las conversaciones y deducciones. Que es un inmigrante que no conoce el idioma, que es agente de algún servicio secreto… No va ni a los actos patrios. Se lo ve en el colegio el primero y el último día de clase. Y siempre solo.
Judo, percusión, natación, alemán, tenis, fútbol o rugby, guitarra…. Los sobrecarga de actividades. Quiere que siempre estén ocupados, “no los quiero mirando el teléfono por horas”. Pretende que sus hijos prueben un poco de todo para que puedan elegir y se destaquen en algo. “Un Messi o un gran tenista nos salva a todos”, suele comentar en voz baja con un poco de vergüenza por la confesión. Quiere que lleguen lo más lejos posible. Les da indicaciones desde afuera de la cancha, les grita alentándolos o para felicitarlos. Siempre les exige más. ¿Pretende que sus hijos resuelvan sus frustraciones? “Les doy todas las posibilidades… habrá que ver.”
Armar un nuevo esquema familiar es un enorme desafío e implica una extensa lista de participantes: tus hijos, los suyos (si los tuviera), vos, la nueva pareja, el ex, la familia de origen, la política actual… ¡Uf, es complejo! Pero también implica algo muy positivo: los chicos están rodeados de gente que los quiere.
Esta nueva familia nace de otra que no resultó como se esperaba. Aunque haya pasado mucho tiempo desde la separación, una nueva relación tal vez genere otro sacudón del tablero (sobre todo, en tus hijos) y demande un reacomodamiento. Es casi seguro y hasta normal que habrá resistencias, miedo y adrenalina. “Los segundos matrimonios son el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”, define la psicóloga María Silvia Dameno, psicoterapeuta gestáltica.
Desde el primer día que el bebé llegó a la casa persigue a propios y ajenos con el alcohol en gel. Si se lo dejás dos horas para ir a la peluquería, cuando volvés te encontras con una pila de pañales, ¡lo cambió 4 veces! El los lleva al colegio. Antes de salir les hace verificar la mochila para asegurarse que no se olviden nada. Durante el viaje aprovecha para repasar juntos los datos de la prueba que tienen que dar. Maníatico de los horarios, siempre llegan a la misma hora al colegio: 7.45, sea como sea.
En el pediatra hace preguntas larguísimas (y casi siempre) poco importantes sobre posibles enfermedades, síntomas y cuidados que hay que tener. Con el colegio exige las normas de seguridad: detalles de los primeros auxilios, certificación de validez de los matafuegos, protección para las escaleras, seguridad del ascensor… método de aprendizaje de matemática, el menú del almuerzo, el horario de los recreos … y sobre todo opina, cuestiona y exige. El resto bosteza, se impacienta, lo fulmina con la mirada. El permanece inmutable. Hace sentir al resto como si los hijos no les importaran. Pero cuando necesitan ayuda recurren a él porque sabe todo.
Vive en otro mundo. Se ríe siempre. Su estado permanente es el de omm… Todo el tiempo cuenta chistes, pone apodos –y manda videítos graciosos– sin parar –al grupo de amigos, de madres, de padres, de natación o de judo de los hijos, etc, etc. No sabe qué pasa en el mundo ni le importa: “para que te vas a preocupar, sufrís dos veces: cuando la ves venir y cuando indefectiblemente sucede”, es su mantra. Gentil y simpático. Solo usa jogging y su medio de transporte es la bicicleta. Propone ir a la plaza a liberar palomas como símbolo de la libertad de las mujeres, se autopostula para enseñarles “de onda” percusión a los compañeritos del grado o hacer huerta en el jardín de la escuela. Lleva a sus hijos al médico y los ayuda con los trabajos prácticos que requieran destreza manual. Sabe cocinar y colabora en las tareas de la casa. Caótico y desordenado. ¿Su hijo? Manso y tranquilo, como dice la canción de Piero. El me lo recordó.
Siempre vestido de negro y con borcegos. Pareciera que no tiene otra ropa que ese equipo. Pelo largo y bastante descuidado. Un poco cínico, revolucionario y anarquista. Cultiva un look adolescente y siempre está cantando viejos temas rockeros. Te hace pensar en tu propia juventud y en lo que hoy te has convertido. Le gusta proponer ir a hacer un asado al country de otro, ver ese partido clave a la casa del amigo que tiene la pantalla más grande. Organiza y organiza pero él nunca hace nada. No es un marido que ayude ni con los hijos ni con las tareas de la casa. Es el típico que te trae al bebé con los brazos extendidos y te dice: “¡Hay que cambiarlo!”
Siempre vestido impecable y usa moño. Traje o blazer y si llueve impecable trench Burberry (o copia fiel). Concentrado, hiperserio, calmo. ¿Qué estará pensando? Los zapatos impecables. Su mujer tiene un look clásico y cuidado. Siempre están juntos. Parece una pareja de monarcas en un viaje protocolar. Nunca un detalle fuera de lugar. Ni a las 7. 30 de la mañana cuando los llevan al colegio ni a las 18 cuando los pasan a buscar (¡juntos!) por natación. Verlos te hace sentir que estás frente a tus propios padres con esa falsa apariencia de felicidad. A vos en jean y zapatillas y, con tu manera de hablar casi siempre demasiado fuerte, te hacen sentir un poco andrajoza. En casa hay mucama y cocinera. Ambos trabajan mucho y necesitan ayuda. Los fines de semana suelen invitar a dos amiguitos de sus hijos y los llevan a navegar. Los traen ya bañados e impecables ¡listos para ir a la cama!