Mientras estaba embarazada, Mercedes descubrió sensaciones que no había experimentado antes.
“No es mentira lo que dicen. Algunas embarazadas, cuando entramos en el segundo trimestre y ya nos acostumbramos a nuestras formas redondeadas, disfrutamos del sexo como nunca.
Es verdad que en ese periodo a mí me preocupaban muchas otras cosas, como de cuántos meses sería la licencia que me iba a tomar en mi trabajo, cómo me iba a organizar cuando llegara el bebé, que había que hacer espacio en la casa, cómo iba a cambiar la relación con mi mamá y con mi suegra y largos etcétera.
Pero la realidad es que, incluso en el medio de todo eso, las ganas de hacer el amor ocupaban mi cabeza. Ese estado me daba un plus de erotismo que jamás había vivido.
Antes de esta etapa mi libido estaba muy baja. Para ser honesta, el tema nunca fue algo que de verdad me interesara. No es que no me gustara tener intimidad con mi pareja ni supiera de los beneficios que trae – y los problemas que te ahorra -, pero tenía otras prioridades en mis relaciones. Ponía en primer plano que hubiera siempre ternura, complicidad, compañerismo…
Además, me resultaba difícil asociar el sexo con placer. Desde mis16 años (ya cumplí 34) había tenido cinco novios. Ellos eran mis únicas historias románticas, incluyendo la de Rodrigo, el papá de mi hijo. Está claro que ninguno de ellos era un maestro del Kamasutra, pero mal no la pasábamos. Siempre había sabido satisfacer a mi pareja. ¿Y yo?
Es cierto que al mismo tiempo que pensaba que tenía buen sexo, en secreto sentía que me estaba perdiendo una parte importante del asunto. Siempre era todo muy clásico. Nunca un ¡guaaau! Nada de fuegos artificiales.
Para mí, tener relaciones era parte del “protocolo” en el amor y no mucho más. Entonces me imaginaba que las descripciones que hacían mis amigas sobre el asunto eran exageradas. Pero cuando quedé embarazada, mi cuerpo empezó a sentir otras cosas.
¿Cómo había podido vivir treinta y cuatro años sin esos pocos segundos de éxtasis? Leí mucho sobre la alteración química que iba a experimentar. “El flujo sanguíneo de la mujer aumenta casi un 50 por ciento. En especial, en la región pélvica”, decía un blog sobre maternidad, puerperio y crianza.
Lo que no imaginé era que aquel disparo de hormonas y endorfinas a mansalva iba a desencadenar que mis encuentros eróticos fueran tan intensos. Existen muchos miedos relacionados con el sexo durante las nueve lunas: creer que se puede hacer mal al bebé o a la madre, o pensar que se llegue a acelerar el parto y provocar alguna irritación o golpe irreparable. Nada de eso pasaba por mi cabeza, sabía que eran mitos. ¡Y lo comprobaba!
Viví un embarazo fogoso. Me sentía sensual, sobre todo a partir del cuarto mes, cuando ya habían pasado las náuseas, los malestares y las dificultades para conciliar el sueño. No bien recuperé energía mi deseo se disparó. Y hasta me puse creativa.
Experimenté ese lado B que muchos prefieren no mirar, pero que es habitual. Mis huesos y mi mente estaban laxos. Mis ratones, a full. Me sentía hipersensible. El bebé empujando hacia abajo. Y mi cuerpo abriéndose a la vida…
Por suerte -¡obviamente!- , a Rodrigo le gustaron los encuentros tanto como a mí. Además, después de bastante tiempo buscando al bebé, por fin los arrumacos no estaban motivados por ninguna obligación ni horario, ni temperatura ni nada.
Algunas compañeras de las clases de natación para gestantes me comentaban que sus maridos habían de jada de tener sexo con ellas en esos meses con excusas que iban desde el miedo a aplastar al feto hasta “estás algo gordi”. ¡Nada de eso pasó entre nosotros! Con él exploramos (¡al fin!) el Kamasutra.
Sin revelarle que era un gran placer para mí, me animé a planteárselo a mi obstetra. “¿Hasta qué mes es recomendable?”, indagué, no sin vergüenza. Me respondió con absoluta naturalidad que durante el último tramo del embarazo la actividad sexual ayuda a la mujer a tener un parto menos difícil y evita que haya que provocarlo. “Lo primero y más importante que tenés que saber es que es seguro practicar sexo durante todo el embarazo”, me aclaró el doctor. Banderita blanca. Luz verde. Sus palabras dieron vía libre para que hasta el noveno mes mantuviera encuentros cada vez más placenteros con Rodrigo.
De pronto, las cosas pasaron a una dimensión distinta. Renació el vínculo. Disfrutábamos muchísimo. Hasta me animaría a decir
que fueron los meses más intensos en común. Mis poros sentían todo más. Se lo transmitía a mi pareja. Leí, incluso, que el cuerpo libera unas sensaciones que le transmiten bienestar al bebé en camino.
Me sentía más feliz, ¡no me importaba nada! Hasta tenían menos peso los miedos que me provocaba la incertidumbre sobre el futuro. Durante el último tramo, el bebé ya reaccionaba como una cabra loca a mi voz, a mi llanto, a la música que ponía. Todo lo impulsaba a moverse. Y mientras la pasaba bien, deseaba con fuerza que llegara el día del parto. Y llegó. Ahora tengo a mi bebé y gracias a él descubrí el placer.
¿Querés compartir tu historia? Escribinos a [email protected] y la tendremos en cuenta para su publicación.