Perdieron el empleo, se separaron, regresaron luego de estar un largo tiempo en otro país o ya no pueden pagar el alquiler: cada vez son más los jóvenes que deciden volver a casa de sus padres. ¿Último recurso o simple comodidad?
Hace un tiempo, el actor Bradley Cooper hizo público que vivía con su mamá. “Nos necesitamos mutuamente”, confesó. La había invitado a compartir espacio en su casa en 2013. “Ella es una mujer divertida y nos llevamos bien”, expresó en aquel momento. El caso llamó la atención de la prensa. ¿Acaso el galán no estaba ya grande para volver a vivir con su mamá? ¿Y qué consecuencias tendría en su vida personal? Un debate similar se plantea en la llamada generación boomerang: son los jóvenes que por diversas circunstancias vuelven a compartir techo con sus padres. Con mayor o menor culpa, ellos se aseguran los beneficios del nido que se convierte en un all-inclusive gratuito.
Julieta (31), profesora de inglés y traductora, hace cinco años se fue a Londres por seis meses para realizar un curso de perfeccionamiento y volvió con la idea de mudarse sola, pero por ahora vive con sus padres. Jorge (26) está separado hace 3 meses, de vuelta en el hogar en Wilde. Rodrigo (36) regresó –con el corazón roto– a la ciudad de Córdoba, luego de hacer un master en Economía en California durante 4 años. ¿Qué sucede en la nueva convivencia?
¿Cómo se establecen las reglas? ¿Qué pasa con los roles y los espacios ganados y perdidos en el tiempo fuera de la casa de sus padres?
SOCIEDADES DINAMICAS
Una investigación realizada en España en 2012 describe la sociedad en que los jóvenes realizan la transición a la vida adulta. Se caracteriza por una creciente precariedad laboral y económica, que incide en la manera en que este grupo evoluciona en el área educativa, de vivienda y familia. Son jóvenes que logran independencia, tener hijos, estabilizarse en un mercado de trabajo competitivo y precario después de los 30 años. Este es el contexto en el que se encuentran los boomerang.
“El hecho de irse a trabajar afuera del país es de lo más definitorio de estos tiempos que nos ha tocado vivir siendo jóvenes. Lo llaman ‘vivir nuevas experiencias’ cuando, en realidad, en muchas ocasiones no lo elegimos”, escribe el periodista español Javier Martínez en el blog Remontando. Volver no es sólo al pueblo o la ciudad, sino a la casa familiar. “La habitación tiene algún que otro mueble, pero sigue estando tu orla de graduación de primaria. Y claro, están tus padres. No me voy a quedar con el tópico de que te hacen croquetas, te preparan tuppers y todo es materialmente más fácil. La familia es el gran generador de confort, la que le da el máximo sentido a una de las palabras más bonitas de nuestro vocabulario: cuidar”, escribe el periodista en el site.
¿Cómo se observa este fenómeno en la Argentina? El psiquiatra y psicoanalista Pedro Horvart reconoce que la generación boomerang tiene un contexto social y laboral complejo, más difícil del que tuvieron que afrontar sus padres. “Probablemente sea la primera generación en cien años que en su desarrollo económico no vaya a superar a sus progenitores.” También hay características sociales para señalar. “Esta juventud ha crecido en las clases medias y altas con una cultura niño-céntrica, muy protegida y estimulada. Al irse de su casa se encuentra con dificultades superiores a las que está preparada para enfrentar.”
Jorge estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y, aunque terminó de cursar a fines de 2016, todavía está realizando la tesis. El año pasado se puso de novio con la brasileña Tais (26), una compañera, y a los tres meses se fueron a vivir juntos. El trabaja como empleado administrativo, ella en corrección y traducción de textos. Al año, se pelearon, y Jorge volvió a Wilde, donde viven sus padres. “No me alcanzaba para vivir solo, me deprimí mucho porque la relación se terminó y no pude resolver la situación de otra manera. Me la paso discutiendo con mis padres.” En la actualidad, su norte está puesto en un viaje a París, donde lo espera una amiga “con derechos”. En octubre de 2018 vuela para allá.
Al volver de Londres, Julieta pensaba vivir sola o con una amiga. “Procrastino la decisión y, mientras tanto, la convivencia con mis padres es buena. Mis ingresos me alcanzan para pagar un alquiler, pero prefiero ahorrar para irme de vacaciones. Sé que tener mi casa me haría crecer en autonomía y solidez emocional, pero no quiero ser restrictiva en mis gastos.”
En estos casos se observan “intentos de independencia en los cuales una idea o una vivencia ajena motiva a irse a vivir solos, pero este deseo no es sostenible por la propia persona. La vuelta al nido es un signo de inmadurez. Como dice el tango: ‘Vuelvo vencido a la casita de los viejos’. Es un fracaso de un primer proyecto de emancipación. Por motivos económicos o emocionales no se pudo sostener”, asegura Horvat.
La socióloga canadiense Barbara Ann Mitchell en 2007 publicó The Boomerang Age, un libro que analiza los cambios de vida de los jóvenes en las sociedades industrializadas occidentales y el fenómeno de quienes regresan al hogar de los padres después de su entrada al mundo de los adultos. En un paisaje sociocultural, económico y demográfico cambiante, en los cuales se observa la falta de empleo y el difícil acceso a la vivienda propia, la dependencia económica está a la orden del día, así como la injerencia de los padres en los asuntos de sus hijos ya mayores.
Rodrigo volvió a Córdoba luego de una convivencia y casamiento en los Estados Unidos. “Me separé dos años después de la boda. Mis padres tenían el síndrome del nido vacío porque mi hermana y yo no vivíamos con ellos, así que mi mamá estaba feliz por mi regreso, me preparaba mis comidas favoritas. Después de años, el timbre sonaba de nuevo. ‘Volvió la vida a esta casa’, decían mis padres. Y yo me olvidé de pagar cuentas, ir al lavadero o pasar por la rotisería”, admite. Todo muy lindo, hasta que Rodrigo empezó a escuchar con frecuencia “¿A qué hora volvés a comer?”. O a leer en WhattsApp “¿Estás bien?” a las 4 AM. “Sentí que me trataban como si tuviese 12. Fue bueno, pero ¡ya fue! Al año, me alquilé un departamento y volví a vivir solo”, cuenta.
La vuelta, en este caso, se transformó en trampolín hacia el futuro. “Para quien vuelve al hogar paterno puede ser tentadora la zona de confort y las comodidades. Los padres, a su vez, pueden sentir gusto o deber por cuidar al hijo”, reflexiona la psicóloga clínica Alicia López Blanco, autora del libro Ser, hacer y trascender (Ed. Albatros). “La situación es un anzuelo para ambas partes, pero no responde al ritmo de vida actual en el que una persona necesita hacer su propia experiencia, ser autónomo, tomar responsabilidades y construir su destino.” Un tip: conviene ponerse plazos para solucionar temas laborales o de vivienda para que la convivencia con los padres sea transitoria.
¿Y qué pasó con el lindo de Bradley Cooper? El hecho de vivir junto a su mamá no interfirió en la carrera del actor ni en su vida personal, hasta que el galán fue papá hace un año. Bradley se casó con la modelo Irina Shayk, y a partir del nacimiento de la niña comenzaron los rumores de interferencia entre los padres y la abuela por las opiniones de esta última en cuanto a la educación de la nieta. ¿Será que es tiempo de tomar algunas distancias?
ALTO IMPACTO
Una investigación de la London School of Economics, de Gran Bretaña, evaluó cómo impactaba el retorno de sus hijos al hogar en el bienestar de los padres. El informe, publicado este año, fue que cuando un adulto regresa a una casa ocupada solo por sus padres, éstos sienten una pérdida de autonomía, control, placer y autorrealización en la vida cotidiana. Esto tiene un efecto sustancial en la calidad de vida, similar al desarrollo de una limitación relacionada con la edad, como las dificultades para caminar o vestirse. “En la Argentina se observa que los padres se incomodan con la presencia del hijo en la casa. Quizá hayan ocupado los espacios que éste dejó al irse y que disfruten de estar solos”, –dice López Blanco–. La presencia les genera cierta molestia, por eso en muchos casos los ayudan a alquilar para no perder el espacio ganado.