El 88% de las madres se queja de déficits de memoria en el embarazo y el postparto. ¿De qué se trata?
Mommy brain. Cerebro de mami. Cada vez que escucho la frase se me ponen los pelos de punta. Primero, porque su aparente inocencia es condescendiente, un menosprecio lingüísitico inmediato. Además, supone que dar a luz a un bebé hace de las mujeres seres menos aptos para el trabajo intelectual, una idea peligrosa a la que me resisto, sobre todo cuando todavía hay muchas que sufren de discriminación en el trabajo por estar embarazadas.
Sin embargo, siete meses después del nacimiento de mi hija, no lo puedo negar: además del peso residual que el parto y el puerperio han dejado en mi cuerpo, mi cerebro también está sufriendo algunas réplicas del temblor. Con un ser pequeño que ocupa la totalidad de mis pensamientos cuando estoy despierta, la concentración desapareció. Mi capacidad para generar ideas y pensar creativamente está apagada. Encontrar las palabras adecuadas, ya sea en conversaciones o al escribir, me lleva más tiempo y esfuerzo. Considerando que me dedico a esto, es especialmente molesto. Me han dicho que como soy freelancer, tengo suerte de no haber tenido que volver a la oficina después de mi licencia por maternidad (lo que podría haberme obligado a sacudir las telas de araña de mi cerebro más rápido), y de tener más tiempo para que mi cabeza se ordene a su propio ritmo. Pero uno de los fuertes de un freelancer es la provisión de ideas rápida y eficaz: si no fluyen, no hay trabajo. No hay nada lindo en el miedo paralizante al ver que tu cerebro ya no funciona como solía hacerlo, ni en la incertidumbre de si volverá a funcionar.
Además de estar atontada, también estoy olvidadiza: pierdo el hilo de las ideas a mitad de camino, se me escapan los detalles y me volví perezosa en la comunicación (gracias, Gmail, por los avisos sobre mails que no respondí). Hace poco hice una pequeña encuesta entre mis amigas madres sobre este tema. Katy, carpintera y coreógrafa que vive en Colorado, se sorprendió bastante: “Nena, ¡hablamos de esto la última vez que nos vimos!”. Ya me había olvidado. Katy no juzga: ella también tuvo problemas con la memoria, y le empezaron temprano, en el primer trimestre de su embarazo de su hija, ahora de 15 meses. “A veces busco una respuesta en mi cabeza y me quedo en blanco”, dice. “Como si tuviera una pared gris en frente”. Otra amiga, Michelle, profesora de pediatría que vive en Ohio y madre de dos niños pequeños, también la sufrió. “Tenía que escribir todo para poder organizarme”, dice.
No hace falta decir que la falta extrema de sueño del principio de la maternidad es un factor en este cortocircuito cerebral. Tuve algunos periodos de insomnio antes de ser madre, pero nunca me sentí como si estuviera operando con niveles mínimos de energía. De hecho, antes del bebé, esos periodos sin sueño eran mis momentos de mayor creatividad.
“Si el 88% de las madres se queja de déficits de memoria, seguramente algo debe estar pasando y es importante que validemos esos sentimientos”, dice Jodi Pawluski, doctora e investigadora de la Universidad de Rennes, Francia, cuyo trabajo está dedicado a las enfermedades mentales maternas. Si bien hacen falta más estudios sobre el cerebro materno (que no haya un nombre científico para ello lo demuestra), las investigaciones que ha habido hasta el momento indican que hay un cambio neurobiológico en el cerebro tanto durante como después del embarazo, e incluyen cambios en la memoria verbal. Pawluski explica que hay de hecho un incremento -sí, un incremento, no un descenso- en la producción neuronal o plasticidad en los cerebros postparto.
En las mujeres que han dado a luz, algo de esta plasticidad se debe a un cambio biológico que se produce para facilitar los comportamientos de cuidado rápidamente. Pero Pawluski señala que cualquiera en un rol parental (padres, padres adoptivos, etc.) puede experimentar el impacto de este cambio. Lo que tal vez pueda explicar que a mi pareja le sucede algo parecido.
Mi evaluación poco científica de la sensación de vivir con este cerebro en evolución es que resulta raro y desconcertante. En los últimos años, la matrescencia, un término acuñado en los 70, ha resurgido para describir la evolución del cerebro al convertirse en padres. “Es como la adolescencia, salvo que en esa etapa los cambios de humor son más aceptados socialmente”, dice la psiquiatra Catherine Birndorf. Es la cofundadora del Motherhood Center de Nueva York, un centro para embarazadas y madres, y coautora, junto con Alexandra Sacks, de What No One Told You (Lo que nadie te dijo), un libro sobre las emociones en el pre y postparto.
“Ni la sociedad ni nosotras mismas nos damos mucho espacio para la transición profunda que supone la maternidad”, dice Birndorf. Nadie se sorprende cuando relato los síntomas físicos posnatales que todavía sufro: las hemorroides que no se van, el pelo que se me cae, los pechos con dolor. Incluso tengo un dolor en el túnel carpiano de mi mano derecha que el traumatólogo que consulté llamó “dedo de mamá”: el resultado de hacer tareas repetitivas relacionadas con el bebé, y tal vez también de un exceso de uso de mi celular. Nadie me dijo que mi cerebro, al igual que mi cuerpo, necesitaría un periodo de recuperación.
El paso del tiempo en esos primeros meses después del nacimiento es extraño: por momentos es rápido, por otros se estanca (la hora de las brujas, Dios mío), o es interrumpido constantemente. Recién ahora, después de siete meses, estoy aprendiendo a disfrutar de las horas que paso lejos de mi hija sentada frente a una computadora como un momento -a veces más exitoso, a veces menos- para conectarme, para volver a prender la máquina, por así decirlo.
Si bien me frustro por la lentitud de mi cerebro, debo reconocer cuánto he logrado en los últimos tiempos: aprendí a envolver a la bebé, a calmarla, a alimentarla, a cambiarle el pañal y a hacerla dormir, y al mismo tiempo adquirí una especie de sexto sentido sobre lo que mi hija necesita y lo que la aqueja. Y qué decir de empezar a negociar con un espectro amplio de nuevas emociones y adaptarme a esta identidad tan extraña: ser madre. A todo esto hay que añadirle las obligaciones laborales, el cuidado de las amistades y las relaciones, la higiene personal -cuando se puede- y esta bruma cerebral es un poco más comprensible desde una perspectiva funcional más que biológica. Lo que más extraño de mi mente preparto no es la capacidad para concentrarme, sino la de no pensar. Esos momentos en que mi pareja y yo solíamos decir: “Apaguemos la cabeza un rato”… y nos podíamos dar el lujo.
Via ELLE.com