No alcanzan ni el cambio de apellido ni la transfusión de sangre ¡ni el divorcio exprés! Cuánta culpa y qué incómodo es no soportarla.
Los hermanos sean unidos, ésa es la ley primera, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”, pide el Martín Fierro. Se olvida… no dice nada de las hermanas. Y eso que cuando entre ellas pelean puede estallar una guerra nuclear. Es que el buen funcionamiento de las relaciones filiales se suele dar por sentado pero no siempre está asegurado. Es más: al juego de la vida le encanta ponerlo en jaque. Si el gaucho fuera más sabio, habría payado sobre este drama privado tan habitual que hasta tuvo un programa en la tele que se inspiró en el tema (Las Estrellas). ¿Por qué la historia tuvo público cautivo? Cinco hermanas de diferentes madres que se reúnen en la lectura del testamento de su padre. Para cobrar la herencia: deben regentear con éxito, juntas, un hotel. Más allá de lo telenovelezco, y de las herencias estelares, en la vida real también muchas veces las peleas están ligadas a las sucesiones. “Ante la muerte de un padre salen a la luz conflictos latentes. Se destapan por la tensión que generan la pena, la pérdida y el duelo”, explica Sol Estévez, psicóloga.
En Las Estrellas, una de las hermanas era la líder, dos se peleaban por una causa perdida: el mismo hombre; estaba la conciliadora, también la más callada. “La premisa es básica pero efectiva. El antagonismo da tela para cortar, pero todo asegura un final feliz que apunta a cómo ellas aprenden a quererse, a convivir, a ser familia”, analiza la socióloga Ana Lecumbe.
La pregunta es si en la vida real la guerra fría se encamina hacia un happy end o todo lo contrario. Los recuerdos borrosos de la infancia, la influencia de los padres, los sueños conquistados o en stand by, las frustraciones, las maneras de ser, el eco de un insulto de esos que nunca se olvidan, los resentimientos… Muchas es cenas de todos los días se acumulan, se potencian con el correr de los años y suelen profundizar el desencuentro.
“Mis hijas son bien seguidas, tienen 5 y 7 años. Incluso mientras duermen se llaman, se buscan, se necesitan, se nombran. Las imagino adultas y no me entra en la cabeza que algún día puedan llevarse mal. Las veo y pienso en mis hermanas, una de ellas me provoca tanto rechazo…”, reflexiona María (44), arquitecta. La tensión, entre ellas, está escondida debajo de la alfombra. Terminó de instalarse cuando sus suegros le prestaron plata y le salieron de garantía para alquilar un departamento. “¡Ella se fue antes de tiempo, dejó deudas, ni siquiera se disculpó!” Por la imagen de “la tía”, María piensa que es mejor mantener su rabia en secreto antes de detonar un escándalo familiar. Entre varones los roces no parecen ser tan dramáticos, ¿no? Y en el caso de las familias ensambladas, ¿se crean vínculos con menos exigencias y más espontaneidad o al revés? En cualquiera de los contextos, dicen los psicólogos, la calidad de la relación depende de cómo la gestionen los adultos en la infancia. Y que la repartija de amor, cuidados, regalos y apoyo sea tan cuidada y equitativa como a la hora de servir los vasos de gaseosa o de poner en cada plato la misma cantidad exacta de patitas de pollo. “Este vínculo es uno de los más estables en la vida”, explica Lecumbe. Y advierte que, cuando no todo es color de rosa, “una relación a lo largo del tiempo que en apariencia no se puede romper, resulta terrible”.
Son tan distintas que no podrían ser otra cosa que hermanas. La paradoja también se ve en el libro de Erika Halvorsen (El hilo rojo) que tuvo su versión en la pantalla grande. El nombre lo anuncia todo: Desearás al hombre de tu hermana. “Me interesó indagar cómo dos mujeres que reciben la misma formación, educación y crianza pueden tener formas opuestas de vincularse, incluso con la sexualidad –comparte la autora–. Ni siquiera hubiesen sido amigas ¡y les toca ser hermanas! Son dos caras de la misma moneda. Esto sucede porque todos tenemos un rol en la familia, ese microsistema que hace que cada una se relacione con lo masculino y con los arquetipos femeninos de distintas maneras”. En su historia, ambientada en los 60, ellas llevan 7 años sin hablarse. Cuando una se casa, la madre presiona para favorecer el reencuentro. Donde hubo fuego… ¡arde Troya otra vez!
Romina (37) y Florencia (35), las eternas “nenas de mamá y papá”, están peleadas. “No hay retorno. Fue ella la que dejó de hablarme –cuenta Romina–. De chicas, ella era muy agresiva y yo la conciliadora. En la adolescencia fuimos amigas, pero ella era la dominante y yo la que cedía. Gracias a terapia, empecé a no dejarme avasallar y ella lo vivió como algo en su contra.”
Ni siquiera recuerdan qué conflicto detonó la guerra fría. “Un día Florencia se ofendió porque tardé en con- testarle un mensaje, y de pronto me estaba recriminando cosas imposibles. Es un espanto. Es incómodo encontrarla en lo de mis viejos, y ellos se ponen mal, lo que es peor, porque también me enoja que no se metan, que no le digan que pare un poco, aunque ya seamos grandes”. “La rivalidad de la hermana más chica hacia la mayor es el caso más típico”, dice Estévez, y explica que es porque muchas veces los padres la ponen como ejemplo.
Cuando se mudaron desde Bahía Blanca a Buenos Aires fue el acabóse de la relación, según Guillermina (22). Ella es violinista, vive entre partituras desde los 7 años. “Le encargué mi instrumento a un luthier italiano, me costó 10 mil euros, lo elegí como regalo de 15. Vivo con el corazón en la boca, sé que en cualquier momento se sienta encima o me lo aplasta sin querer. Mi hermana es así, la quiero pero no la aguanto más”, confiesa mientras busca PH para mudarse sola. Guillermina madruga para ensayar con su orquesta, después se encierra a tocar, a la noche da clases en el conservatorio. Su hermana Jazmín (21) estudia ingeniería en sistemas: trabaja desde su casa, amanece a las 5 de la tarde y para crear programas chatea con colegas que están en India. Guillermina vive con el pelo planchado. Jazmín hasta duerme con la camisa escocesa. “Me callo, aprendí a manejarlo. Mi psicóloga me dice que va a ser mi hermana toda la vida, que tengo que buscar un equilibrio. Por eso me voy a vivir sola.”
Cuando el horizonte es negro, ¿cómo se puede mejorar el vínculo? “Aceptando al otro tal como es, tratando de dialogar sin hacer recriminaciones, dando y recibiendo disculpas, dejando el orgullo de lado, haciendo autocrítica, siendo compasivas y flexibles”, aconseja la consultora psicológica Analía Forti. Entre ellas los celos, las disputas y la rivalidad van de la mano del compañerismo y la solidaridad. La compinche de juegos, la que te cuida siempre y también la que te rompe cosas y te hace enojar como nadie. Desde el primer día, mejores amigas y, también, máximas enemigas. Sólo hay que saber dónde poner el peso en la balanza.
“La familia es un sistema bastante hipócrita y a veces sólo por el lazo sanguíneo nos condenamos a sostener el vínculo. Pero, a la vez, es el laboratorio de cómo nos vamos a socializar después. En esta época, si hay algo bueno es que con las ensambladas y otras variables podemos reinterpretar los vínculos. Estos modelos nos dan mucho material, nos preparan para abrirnos a nuevas maneras de vincularnos”.