Un momento mágico, en el que sentimos el aleteo del corazón y caminamos entre nubes. ¿Es el inicio de una relación o una explosión que sólo dejará humo?
Un mediodía nublado y agobiante decide entrar a un bar. Por los parlantes se escucha el tema “Prófugos”, de Soda Stéreo. Después de pedirle una limonada a la camarera, mira alrededor y ve a un hombre leyendo en otra mesa: tiene puesta una camisa blanca con las mangas arremangadas y un reloj de acero en la muñeca. Cuando él levanta la vista, ella siente cómo su respiración empieza a galopar y la sonrisa se le derrama por la cara. No conoce a ese hombre, pero acaba de enamorarse de él.
Conviene aclararlo de antemano: el “amor a primera vista” existe. “No sólo es una posibilidad, sino que fue digno de estudio. Los investigadores Semir Zeki y Andreas Bartels, expertos en neurobiología, demostraron que la imagen de la persona deseada activa procesos cerebrales que favorecen la idealización. Al mismo tiempo, se anulan algunos circuitos cerebrales implicados en la distancia social y las emociones negativas. Esto favorece la experiencia mística del enamoramiento”, especifica el doctor Agustín Ibáñez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (INCYT) perteneciente a INECO-Favaloro-Conicet; profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile) y Atlantic Fellow de la Universidad de California (EE.UU.).
Una de cada tres personas alguna vez sintió un amor repentino. Así lo comprobó un estudio realizado por la antropóloga Helen Fischer, directora del departamento de Investigación de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, Estados Unidos. “Ese ‘flechazo’ no es una emoción, sino que es un impulso básico, una necesidad fisiológica del ser humano, como la sed y el hambre. Incluso otras criaturas experimentan atracción instantánea entre sí”, asegura Fischer, autora del libro Por qué amamos.
¿Qué es lo que realmente nos pasa cuando Cupido dispara su flecha?
Cuando alguien nos encandila, el cerebro segrega cantidades de neurotransmisores que provocan sensaciones específicas. “Nuestro cerebro es una máquina desmesurada que puede en menos de 100 milisegundos percibir los atractivos físicos de la otra persona, la fijación de su mirada, la simetría facial y ciertos aspectos corporales (como la relación cintura-cadera o la forma de caminar). Al mismo tiempo, repara en los atributos sociales (competencia, destreza o placer). Y allí empieza la cadena neuroquímica: la serotonina y dopamina (claves en el placer y el apego) se incrementan, activando una red cerebral que involucra el placer. La persona que nos atrae desencadena procesos neurobiológicos que producen gratificación, disminuyen la distancia interpersonal y mitigan las sensaciones desagradables”, asegura Ibáñez.
Entonces aparecen las señales inequívocas del enamoramiento: mariposas en la panza, rubor, taquicardia… “La emoción del encuentro (eso que saca a uno de su estado habitual) nos sacude y nos pone en acción”, especifica el especialista en neurobiología.
Los expertos refutan ese estribillo de la canción de Fito Páez que dice: Yo no buscaba nada y te vi. Parece que los seres humanos no vamos por la vida tan “distraídos” ni vacíos de intención romántica. “A medida que crecemos, elaboramos un perfil inconsciente de lo que vamos a buscar en base a la experiencia de nuestros padres, de la educación, de nuestros amigos, de lo que vemos en la tele. Cuando alguien está en el momento adecuado y encuentra a la persona que encaja en ese perfil, los circuitos cerebrales se ponen en funcionamiento y se desencadenan las reacciones químicas”, explica Fischer.
Lo que pasa en el cerebro con el enamoramiento repentino es tan fuerte que se lo puede comparar al efecto de una droga o a una borrachera. Y, por más que pasen los años, es difícil de olvidar ese momento. “El tenía puestos mocasines náuticos”, “Me había perfumado con Daisy Love”, “En el estacionamiento había dos”, “Yo tenía las uñas pintadas de rojo pasión”. El recuerdo es tan meticuloso como intenso. “La memoria emocional es muy nítida. Sucede en un trauma, cuando pasa algo feo: nadie olvida qué estaba haciendo cuando chocaron los aviones contra las Torres Gemelas, por ejemplo. Algo similar sucede con el amor a primera vista. Es una situación de estrés particular y la memoria hace que el episodio tenga una pregnancia tal que pasan los años y se recuerdan con nitidez los detalles. Seguramente algunos estén distorsionados, pero se los tiene presente a lo largo del tiempo”, asegura la psicóloga Patricia Faur, docente de la Universidad Favaloro y autora del libro Amores posibles.
DE LA ATRACCION AL AMOR
Fue intenso y mutuo. Lo que pasó estuvo acunado por las palabras “irresistible” y “magia”. Claro que el enamoramiento es sólo un impulso, no un objetivo alcanzado. ¿Qué se necesita para que se consolide en una relación? “Tiempo. Según investigaciones recientes, es un estado transitorio, dura cerca de tres meses. Esa primera etapa es muy narcisista: advertimos que alguien se fijó en nosotros y esto es lo que atrae. Luego se pasa a una relación ‘de objeto’ en la que se conoce al otro, cosa que en los primeros tres meses no sucedió”, dice Faur. “Para que la atracción se convierta en amor, los dos tienen que compartir ciertas cosas en común, debe haber intimidad (no sexual, sino emocional) y un mínimo compromiso a futuro. Cuando se da eso, salimos de la etapa de atracción y entramos en la de pasión. El amor, en cambio, es un sentimiento más calmado. Cuando se alcanza, empieza a existir la posibilidad de elegir estar o no con el otro. Ya no es una borrachera, sino una elección consciente”, diferencia la psicóloga.
¿Qué pasa cuando alguien que está en pareja siente atracción por un desconocido? Además de mariposas en la panza, es probable que revoloteen algunos planteos por su mente. Seguramente empiece a cuestionar su vínculo. “Quizá esa persona esté atravesando un momento evolutivo personal (que no es el ‘viejazo’, como dicen algunos), de frustración, de angustia o de crisis individual. Hay un terreno que predispone y no siempre es de la pareja: a veces, es personal”, dice Faur.
Entre tantas dudas que van de la mano de un enamoramiento repentino, hay una más drástica: “¿Qué hago?”. Según los especialistas, así como alguien que tomó una copa de más no puede conducir un auto, una persona “borracha de amor” no debería tomar decisiones que involucren su vida. “Es un estado que no permite pensar claramente. El enamoramiento nos lleva puestos, no nos permite racionalizar. Una neuroimagen muestra que, en ese estado, se desactivan áreas del cerebro que tienen que ver con el juicio crítico, con la valoración negativa. Eso impide pensar. O sea, realmente se pueden tomar malas decisiones”, advierte Faur. Según la psicóloga, las mujeres tienden más a patear el tablero que los hombres. “Ellas se enamoran, mientras que ellos en general lo toman como una relación casual, transitoria. Para los hombres no es fácil perder lo territorial, la casa, el vínculo cotidiano con los hijos. Entonces, piensan: ‘No es para tanto’.”
Es bastante azaroso que el flechazo se transforme en una relación de pareja perdurable. “La concupiscencia del enamorado sigue el mismo camino de cualquier meteorito que entra en la atmósfera: comienza muy caliente, se va enfriando y al final se convierte en mero objeto de contemplación. Ahora, si a pesar de ello el vínculo se mantiene, ese ‘enfriamiento’ promueve la consolidación de recuerdos emocionales y la acción de ciertas hormonas (como la oxitocina y la vasopresina) que fortalecen los vínculos a largo plazo”, concluye el doctor Ibáñez. La recomendación es darse tiempo.