Quién mejor que la editora francesa de ELLE, Françoise Tournier, para contar la historia de nuestra revista y su fundadora, Hélène Lazareff. Un extracto del tributo que escribió en 1987.
Esta revista cobró vida en 1945 sobre las alfombras de un departamento parisino. La primera edición salió a la luz un 21 de noviembre. Las páginas estaban pulidas por el ojo de Hélène Gordon-Lazareff, a quien llamaban “La Tsarina” (emperatriz de Rusia) por nacer el mismo día. Esta publicación, que dirigió hasta 1972, es lo que hoy conocemos como ELLE. La historia se fusiona con la de las mujeres en que nos hemos convertido. Hélène una vez dijo: “Apenas me despierto estoy repleta de alegría”… Odiaba los artículos desgarradores. No los quería en su revista. Por otro lado, Pierre, su marido, siempre repetía a sus tropas del diario France-Soir “no quiero frases, quiero hechos”. Hasta se encargaba de pedirles que “sean lo más precisos posible”. A pesar de haber sufrido Alzheimer alrededor de 18 años, ella estaba dotada con algo que la enfermedad aún no podía alcanzar: una mente brillante, una
gran intuición por el mundo. Su cerebro no podía dejar de funcionar. Una gran idea se le ocurrió a Hélène mientras recorría las tiendas de Nueva York, donde la sociedad consumista avanzaba mucho más rápido que en Francia. Fue exactamente en ese atardecer por las calles de Broadway que surgió ELLE.
Hélène nació en septiembre de 1909 con nacionalidad rusa. Tenía una adinerada familia. Su padre contaba con fábricas de tabaco y un diario. Algo por el estilo venía en el ADN de la futura fundadora… La pequeña Hélène fue entregada a su niñera, la señora Woodell, quien la introdujo en la cultura anglosajona. Al huir de la revolución, un hombre levantó a Hélène del piso, la envolvió en su tapado y corrió con ella en brazos, agarrándola como si fuera su equipaje. Esto le dejó un trauma tan grande que nunca más quiso que la cargaran encima. De hacerlo, le recordaría a su escape de Rusia. Hélène se destacó por sus notables calificaciones en el Liceo Victor Duruy. Se casó después de graduarse y, al tiempo, tuvieron una hija. Se divorció a los tres años de traerla al mundo. Pero a pesar de las situaciones de su vida, la fundadora de ELLE siempre mantuvo su carisma intacto. Como si la palabra “encantadora” hubiera sido creada para ella. Le gustaban los hombres. Le encantaba trabajar. Pero, por sobre todo, tenía un feroz deseo de vivir su vida. Con su diploma en humanidades y etnología, volvió de su expedición en la que estuvo tres meses.
Una tarde conoció a Pierre Lazareff en la casa de Paul-Emile Victor. Otra gran periodista estaba sentada junto a ella, Hervé Mille, con quien compartía una cálida amistad. “Los vi cuando se conocieron. Fue mágico. Como si los dos vinieran de un mismo mundo. Fue instantáneo y mutuo, amor a primera vista”, explicó su compañera del momento en que Hélène conoció a su futuro marido. Ya era 1936. Pierre, director del France-Soir, le confió la sección chicos a la maravillosa mujer que había encontrado. Al mismo tiempo, ella se encontraba trabajando para Marie Claire y el Daily News. Descubrió las angustias y el deleite de escribir. Se casaron en 1939. Se mudaron al mismo edificio que el poeta Jean Cocteau. Cuando la guerra empezó, se establecieron en un búnker barrial. Pero como las amenazas seguían, huyeron a los Estados Unidos. En 1945, Hélène inventó ELLE. Vivía pegando y despegando papeles de sus maquetas en el apartamento sobre la avenida Kléber. Las publicaciones fueron un éxito inmediato. ELLE se estableció rápidamente como un fenómeno social. La revista les decía a las mujeres que la moda aún existía. Hay tiempo para Dior, para un cambio de look y para pensar en prendas de texturas exquisitas. Las primeras fotos a color fueron tomadas en Nueva York. Además de recolectar inéditas historias, ELLE les transmitía un mensaje a las lectoras…
Tuve el privilegio de entrar al mágico mundo de su oficina. Seis pares de zapatos debajo de su escritorio. Acostumbraba a cerrar un poquito los ojos para ver mejor. O te amaba e inmediatamente te encontrabas entramada en su círculo de creatividad o no lo hacía. Y ese era tu final. Si no le gustaba lo que alguien escribió, lo empujaría con la punta de su dedo hacia un costado. Odiaba los artículos vacíos y la gente básica. Como la mujer autócrata que era, ella misma fue quien decidió qué estaría en la revista y qué no. La voz la tendrían periodistas con carácter, con una posición en cuanto a los anticonceptivos, el sexo, el aborto, la moda o la política. Hélène estaba bajo la mira en su época. Pero no en un mal sentido, sino como la mujer avasallante que era. Solía festejar las historias de amor que le contábamos. En cuanto a sus gustos, amaba a Carl Sagan. Descubrió a Bardot. Estableció el status de Chanel. Lanzó Courrèges. Auspició la carrera de modelos como Bettina Graziani, Sophie Litvak, Sylvie Gélin, Twiggy y Nicole de Lamargé. Durante la semana, ELLE se convertía en un entretenido pasatiempo. Pero era en realidad los domingos que pasaba en su cabaña de Louveciennes cuando florecía… había visitantes día y noche. Sin darte cuenta, estabas codo a codo con Luther King, Onassis, Brando, Callas, entre otros personajes. Su otro hijo, Patrick, recuerda haber visto Doctor Zhivago entre las lágrimas de Coco Chanel y su madre. En la oficina editorial, había momentos de mucha sinceridad. Obvio, hubiera sido suficiente decir “queremos ver volantes románticos y beiges estilo cognac” para captar la atención del público en las calles. Pero el estilo ELLE estaba poco a poco mutando a otra cosa. Como un estilo de vivir. Más serio, maduro.
Una encuesta que hicimos nos aportó un interesante dato: 1 de cada 4 personas que la leían eran hombres. Entonces, empezamos a trabajar en nuestra ventaja. Alzamos la voz más fuerte. Con la anticoncepción, por ejemplo. A Hélène no le gustaba tanto la idea. No era muy feminista. Pero nosotras, las editoras, impulsamos el cambio. A veces, llegábamos a un límite. Con ella era como una ruleta rusa. Sin embargo, amaba tanto su trabajo que accedió hasta a publicar fotos híper realistas de un nacimiento por cesárea. Finalmente llegó mayo de 1968. Francia dio vuelta su paradigma. No más impresiones ni revistas. Al menos, utilizamos el tiempo para recargar combustible. Así y todo, queríamos producir una cantidad de revistas para informar a las mujeres sobre qué pasaba en los hospitales. Era un día tranquilo, Hélène estaba sentada sobre una pierna con los escritos rodeándola. Pero algo la paralizó. Algunas de nosotras estábamos usando pantalones cuando nos lo había prohibido. Luego entendió. Sus costumbres no daban ningún fruto. Temblando, agarró un cigarrillo. Le costó prenderlo. Creamos una revista en la que establecimos “a pesar de que la situación actual sea abrumadora, hay que hablar de ello con libertad”. Construimos una sociedad de periodistas y una unión sindicalista. Dos años más tarde, en 1970, pusimos en pie el “Estado General de la Mujer”, en Versalles. Fue en este preciso momento cuando las noticias del Alzheimer empeoraron. No nos pondremos sentimentales, Hélène, pero ojalá te llegue nuestro mensaje. No te preocupes. Todo está yendo excelente en la revista. ELLE tiene muchas ediciones internacionales. Estados Unidos, Hong Kong, Japón, España, Inglaterra, Grecia, entre otras. Y esto aún no termina. Da la vuelta a tu anillo en la palma de tu mano, como solías hacer para la buena suerte. Realmente tuviste una muy buena idea ese día en Broadway. Te mandamos nuestro afecto, Hélène.