En estos días vas a tener tiempo y ganas de leer. También de reflexionar. Compartimos el testimonio de Sofia, quien harta de usar prendas de adolescentes, se unió al movimiento #BodyPositive desde el otro extremo: su tamaño pequeño. Por eso festeja la ley de talles.
En la última Navidad mi hermana me regaló un voucher. Sí, como una gift card de las que comprás para que alguien se elija la ropa que quiera. O la que pueda. Esta tarjeta la escribió y diseñó ella misma. Y lo más curioso (y conmovedor) es que todavía no la puedo usar. Quizás tenga que esperar más de un año.
También conoce mi derrotero para encontrar ropa desde que soy adulta. Por eso quiso sorprenderme y celebrar conmigo que el 20 de noviembre de 2019 se haya sancionado en el Congreso la primera ley nacional de talles.
Es que mi hermana fue testigo de cómo la incomodidad que me provocaba no encontrar prendas para mis dimensiones se fue convirtiendo en… ¿activismo? Sí.
Desde hace un tiempo me involucré en las campañas de la Any Body, una ONG que nació en Inglaterra, tiene presencia en ocho países y ya lleva una década en Argentina. Ellas (sí, son mujeres las que lideran este proyecto en defensa de los “cuerpos en extinción”) son las responsables del título que llenó los medios a fines de 2018. “El 70% de los argentinos tiene dificultad para encontrar ropa de su talle”, decían los zócalos de la tele y las portadas de los sitios.
Aunque me pasaba algo parecido, nadie hablaba de mí. Hagan la prueba: googleen. La mayoría de los resultados tienen que ver con los problemas de los cuerpos gordos para encajar en la moda.
¿Pero qué pasa con quienes tenemos contextura pequeña? ¿Sólo nos queda resignarnos a ser tratadas como chiquititas?
Quizás están pensando lo mismo me dice mi jefa: “¿Vos de qué te quejás?”. Ni en aquella columna radial ni en ninguna nota encontré alguien que contara lo molesto que es escuchar, una y otra vez, esa maldita frase.
Durante mucho tiempo agaché la cabeza. Ya no más. Ahora respondo con la frustración que provoca tener un casamiento (querer elegir un vestido con el que sentirte feliz en el momento más especial para tu amiga) y encontrar siempre la misma reacción: “Ay, es que sos diminuta. Tendrías que buscar algo para adolescentes”.
Igual repiten que no tendría que quejarme, que al menos tengo esa opción. ¿Acaso sólo unas personas tienen la legitimidad de considerarse excluidas? Quienes piensan así soslayan que la infantilización también puede traumar. Ir a un local de adolescentes es humillante. Además se nos obliga a limitar nuestro placard a prendas básicas o sin diseño, para que vayan con nuestra edad y estilo. O a que nos gusten los unicornios y las estrellitas.
Para quienes somos más chiquitas que los talles estándares resulta difícil seguir una tendencia. Siempre es acotado el abanico de posibilidades para elegir. El fastidio frente a la vendedora, el perchero o el espejo del probador no es el único efecto colateral: no hay nada que pueda destruir más el erotismo, hasta derribando la propia libido, que un corpiño vacío.
No fue casualidad que uno de los primeros items que chequeé en el directorio de marcas de la campaña El talle único no es el único fue el de “ropa interior”. Las ofertas se cuentan con los dedos de una mano y se repite el enfoque. Cansada de gastar más por tener que mandarlos a cortar, también busqué jeans en el catálogo. Resultado: los que me quedan bien de cadera son demasiado amplios para mis muslos. Y largos, siempre largos.
El costo extra de remodelar la ropa o no poder optar por las tiendas más baratas porque sólo ofrecen ese eufemismo llamado “talle único” fue otro de los motivos que me impulsaron a contar mi caso y sumarme a la causa colectiva por la ley.
Sin embargo, en la sororidad de los algoritmos fashion aún no encuentro la lencería que sueño.
Por eso mi hermana me hizo ese regalo. Apostando a que a partir de la ley nacional quizás pueda cumplir ese deseo. La norma determina la creación de un “Sistema Unico Normalizado de Identificación de Talles de Indumentaria”, con “medidas corporales para fabricar, confeccionar, comercializar e importar ropa para mayores de 12 años”.
La alegría que mi hermana comparte conmigo es porque ahora (cuando el INTI termine el estudio antropométrico que está haciendo desde 2014 y será actualizado cada 10 años) saber tu talle y exigirlo va a ser tan fácil como con los números de calzado.
El voucher artesanal no tiene vencimiento. Porque todavía falta. Puede tardar más de un año en cerrarse e implementarse la tabla de medidas. También porque ningún mundo es ideal. Aunque la ley sí contempla un artículo sobre el trato digno para quienes buscamos ropa, por otro lado no obliga a los comercios a contar con todo el rango de talles. Es decir: puede fallar.
Sin embargo, tengo esperanza y actitud. Así como mis amigas no se paralizaron ante la negativa del Senado a la ley del aborto, yo tampoco me quedé en los festejos de aquel 20/11. Voy a seguir poniendo el cuerpo, por más chiquito que sea.
Me anoté como voluntaria para las mediciones del INTI y este #8M voy a marchar con ropa que me queda gigante para hacer visible mi problema. Porque esta causa también es parte de un camino hacia una cultura más inclusiva. Voy a llevar un cartel, lo diseñó mi hermana.