¿Por qué los adolescentes se divierten al borde del abismo? ¿Miedo a crecer? ¿Quieren límites? ¿Buscan seguridad y desinhibición en el alcohol y las drogas? Demasiados terminan en el hospital.
Detalle más, detalle menos, así planifican los chicos que están a punto de egresar del secundario su noche de fiesta de fin de curso, lo que será la “previa” y su UPD (Ultimo Primer Día), ocasión ideal para festejar toda la noche y llegar alcoholizados a clase. Marcando un hito histórico en el consumo de alcohol, desafiando a la autoridad en todas sus formas –padres, escuela, sociedad–, y tal vez, buscando el límite que no tienen a la vista porque, paradójicamente, lo prohibido se les permite.
Según Alejando Schujman, psicólogo especialista en adolescentes y familia, hace unos 15 años que los festejos pasaron a estar dominados por los excesos en el consumo, tanto de alcohol como de sustancias psicoactivas (tabaco, marihuana y drogas sintéticas). “Y esto pasa de manera creciente y alarmante”, dice el experto. “No he encontrado ningún gobierno, ni municipal ni provincial, ni nacional que tomara la decisión de hacerse cargo de esta situación, cuya solución es muy sencilla. Se trata de ofrecerles a los chicos una alternativa, un proyecto de apasionarse más saludable. Ayudándolos a que tengan confianza en ellos mismos y que no necesiten del alcohol para divertirse”. Perfecto. Pero, ¿cómo se hace?
En un informe de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), en nuestro país el consumo de alcohol en niños y adolescentes fue en aumento: 7 de cada 10 alumnos de nivel medio tomó alguna vez en la vida y casi 6 de cada 10 (57,8 %) de los mayores de 15 lo hicieron el último mes. Por eso, desde la SAP se recomienda que los menores de 18 no consuman bebidas alcohólicas. “La enzima que metaboliza el alcohol en el hígado funciona correctamente recién entre los 18 y los 20 años, por lo que las borracheras en los adolescentes son más agudas y más dañinas para sus neuronas”, explicó Graciela Morales, pediatra especialista en adolescentes y secretaria del Grupo de Trabajo de Adicciones de la SAP.
“Los chicos creen que para divertirse necesitan tomar porque los desinhibe”, dice Graciela Moreschi, médica psiquiatra y escritora. “Los que tienen más fobias sociales son los que más toman. El consumo se transformó en costumbre y los padres creen que si lo hacen todos no es peligroso”. Según la médica –que también forma parte del staff del Instituto Holos–, el organismo tiene un límite para metabolizar y psicológicamente puede haber adicción cuando ellos creen que lo necesitan para comunicarse. “El alcoholismo y las adicciones aumentaron, pero como es un comportamiento generalizado se considera menos riesgoso y no es así, claro”, dice Moreschi.
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Según la Encuesta Nacional a Estudiantes de Enseñanza Media Argentina realizada por el Observatorio Argentino de Drogas, dependiente de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), los adolescentes escolarizados muestran un alto consumo. Las bebidas más elegidas son las fuertes o los tragos combinados y en segundo lugar la cerveza. Es habitual la mezcla con bebidas energizantes, y es marginal si se la combina con pastillas, ya sean tranquilizantes o éxtasis. “Los consumos habituales hoy los enfrenta con un riesgo difícil de mensurar”, reflexiona Claudio Waisburg, médico neurocientífico, director del Instituto SOMA.
“Drogas, alcohol, cigarrillos, noche, peligros y excesos son los fantasmas con los que una gran parte de la población de padres de adolescentes debe lidiar a diario. Con la entrada de los hijos a esta etapa –aclara el especialista– se inicia un período de experimentación de nuevas sensaciones y comportamientos. Eso, sumado a la necesidad de pertenecer al grupo de pares, reafirma el temor de los adultos por este ‘desconocido’ mundo juvenil”.
Un primer paso es aclarar que consumir las permitidas es lo mismo. La legalidad o ilegalidad tiene que ver con determinaciones legislativas de cada país, sin tener ningún tipo de relación con sus efectos sobre el cuerpo, porque todas modifican al sistema nervioso. “Que jóvenes de 15 a 17 años estén al borde del coma alcohólico jamás debe ser considerado normal y, menos, aceptado como inevitable”, puntualiza el médico. “Los adolescentes coquetean con la muerte.
Crecer asusta y para refugiarse, los chicos se apoyan en tres muletas: la hiper-erotización precoz, la tecnología y el consumo de sustancias psicoactivas y alcohol. Y los padres, en lugar de poner límites y acompañar con prevención los peligros, lo que hacen es ayudar con esas muletas, naturalizando que todos toman y fuman”, asegura Schujman. Según el psicólogo, se olvidan de ser padres y se convierten en “pares”, borrando la asimetría del vínculo. Coincide el counselor Guillermo García Arias, director del Instituto Holos, quien afirma que el padre que no está dispuesto a poner límites pierde su rol.
“Es más fácil sacarse a los hijos de encima que poner en práctica la difícil tarea de ejercer la libertad con responsabilidad. Poner límites no es lindo ni fácil. Pero es una condición básica para desarrollar una adecuada paternidad”, sentencia. ¿Son los adolescentes los que dominan a los adultos? García Arias responde que ese no es el problema. “No parece que, en general, los chicos manipulen a los padres, sino más bien que hay algunos matices de relajamiento de los límites… Claro que, cuando se prolongan en el tiempo, las consecuencias pueden ser impredecibles”, sentencia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) aseguró que Argentina es el país con mayor consumo de alcohol de América Latina y que los patrones más altos se dan en los adolescentes de entre 15 y 19 años. Midieron la “prevalencia de episodios de alto consumo” en los jóvenes argentinos que ingirieron 60 gramos o más de alcohol al menos una vez en 30 días. Los varones mayores de 15 tomaron en promedio 20,1 litros por año, mientras que las mujeres, 7,2 litros. El dato se desprende del último Informe Mundial sobre Alcohol y Salud 2018.
Para Marta Méndez, médica del staff del Comité de Docencia de los Centros DIM, los consumos que los chicos realizan en las previas puede marcar la entrada a las adicciones. Y reflexiona acerca de la libertad a los adolescentes. “Los padres jóvenes no pueden poner límites porque ellos tampoco los tienen”, dice. “Es más fácil decir que sí a decir que no, y muchos ignoran los peligros que implican esos consumos. No hay conciencia de riesgo. Yo creo que nos hemos ido al otro extremo al darles demasiada libertad sin responsabilidad. Somos padres blandos”.
Para la especialista Moreschi se trata de una peligrosa tendencia de la época histórica que estamos viviendo. Cuenta que hace más de 30 años Jaime Barylko (escritor y pedagogo argentino, murió en 2002) escribió el libro Miedo a los hijos, que fue best-seller. “Eso nunca se revirtió”, dice Moreschi. “Al contrario, marcó el espíritu de estos años. Los padres ahora dicen, ‘¿si lo hacen todos, cómo digo que no? Si no participa, va a quedar apartado, fuera del grupo’. Y pareciera que eso es lo peor que les puede suceder. En realidad, entrar al mundo de las adicciones y padecer un coma alcohólico es mucho más grave”.
Frente al hecho consumado de tomar hasta el borde de la muerte en las previas, los padres parecen estar sin posibilidad de reacción, como atados de pies y manos. El doctor Waisburg dice que cuando dicen la clásica frase “yo no estoy de acuerdo, pero todos lo hacen”, o “así son las cosas, los chicos toman desde temprano, pero ya hablé y le dije que se cuidara”, están negociando la salud de ellos. “No se dan cuenta de que no alcanza y que su actitud deja a los chicos al borde del abismo. Dentro de los boliches, en esas fiestas, está prohibida la venta a los menores. Pero en el reino de la hipocresía las cosas se resuelven de alguna manera. Toda la bebida que sea posible imaginar está en la previa, trampa perversa avalada por los padres que legitiman amparados en el ´todos lo hacen’”.
Una vez que termina la previa, en la puerta del boliche, el personal de seguridad (o “patovicas”), testea el estado de los chicos antes de entrar. Si están muy alcoholizados, quedan afuera (por resguardo de la responsabilidad legal del lugar). Para muchos la fiesta termina antes de empezar. “Que un solo chico quede con secuelas neurológicas por haber bebido o por tener un accidente a causa del consumo es algo imperdonable”, afirma el médico.
La fiesta debe ser exactamente eso, una celebración, y no una cornisa en donde los adolescentes hacen equilibrio. “Nuestros chicos precisan que estemos cerca para cuidarlos, son pichones que necesitan de una mirada adulta, amorosa y responsable”, aconseja Waisburg. ¡Tomá nota! Expertos de la SAP hacen foco en los consejos a tener en cuenta: inculcarles valores, ocupar el rol de adulto responsable, proponer una relación asimétrica y generar un vínculo de diálogo