Testimonio en primera persona: “Mi novio es actor y descubrí cómo se sienten los celos”

Testimonio en primera persona: “Mi novio es actor y descubrí cómo se sienten los celos”

Ella comparte la vida con un artista del escenario y la pantalla. Aunque enamorar al protagonista parece un sueño, también puede ser una pesadilla.

05/05/2021 12:43

Supe que existían lo celos por primera vez  esa mañana en la que, un actor, me preguntó qué me parecía el guion. Quería cómo había quedado la escena final, si había sido demasiado violenta la secuencia. Yo estaba muda, estupefacta. Y hacía 7 minutos (la mitad del cortometraje que vimos) que no podía pensar en nada.

“Creo que el público va a poder entenderlo”, logré decirle mientras me preguntaba a mí misma si podría superarlo. Y no era por la toma del asesinato. Sí por aquella en la que mi novio, Lucas (en el papel de un mafioso llamado Rocco), tenía sexo en un ascensor con una rubia explosiva. No del estilo Noelia Marzol o Sol Pérez sino más bien como Margot Robbie o Justina Bustos.

Parecían completamente desnudos. Se veían sus espaldas y sus colas, estaban pegados. Sería muy ingenuo de mi parte pensar que no se frotaron. ¡Que no se excitaron! Además sus manos sugerían tocarse. Unas por debajo de la ingle. La otra, de él, explícitamente acariciaba sus pechos. Hasta le acercó la boca a sus pezones.

Mi amiga, cuando le conté, se rió y me dijo que podría haberme entregado. Que ella a veces tenía fantasías –y masturbaciones– imaginando a su pareja con otra persona. ¡Yo estaba shockeada! No podía cerrar los ojos sin recordar eso. Y no me provocaba ningún placer.

¿El guión? ¿El asesinato? Estuve frente a la pantalla ese domingo de brunch y estreno. Lucas me mostró con emoción su primera vez dirigido por el famoso director premiado en un corto para festivales. Pero a partir de verlo tocarse con la rubia se me chispoteó todo.

Tendría que haber fingido, mostrarme feliz y entusiasmada con su trabajo. ¡No pude! Sentía que ellos no estaban simulando y eso me bloqueaba.

Lucas es actor. También bailarín. Estudió en el conservatorio. Se formó en comedia musical. Antes de cumplir 14 ya estaba arriba de un escenario. Lo conocí a los 27. Cuando me desayuné con la escena del ascensor llevábamos sólo 7 meses de amor y de proyecto de pareja.

Nos topamos en el estreno de una obra a la que me llevó mi hermana. La invitaron porque trabaja en una radio. Había un cóctel previo. El se tropezó, me tiró la copa encima… y ¡crush! Dos escenas más tarde: amor. Sí, nuestra historia tiene algo de película también.

Por supuesto me gustó todo de él, al instante. Fresco, divertido, atento y tierno a la vez. Con una sonrisa que encandila. ¡Y artista! Casi un sueño.

Ir al teatro con mi hermana era un ritual desde los 20 años. Siempre imaginé –con algo de envidia– la supuesta vida libre y caprichosa que tendrían quienes se dedican a entretener. Siendo adolescente pensé en probarme en la actuación. Pero mi madre y mi abuelo, con quienes nos criamos, enseguida se encargaron de pincharme todos los globos. “Eso no es para vos. Necesitás algo serio para vivir.”

Trabajo con personas, en promedio, 20 años mayores. La tarjeta del “Estudio Contable” tiene domicilio en la calle Reconquista y horario de 8 a 15. A esa altura de Corrientes ya no quedan teatros. Y cuando termino de trabajar, muchas veces, Lucas apenas desayuna.

Nada de eso me había preocupado el semestre anterior. Estaba emocionada y feliz de compartir otro mundo. Y no sabía que era celosa.

LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN

“No sabés qué decirme porque seguro estuviste pensando en tu lista de pendientes del lunes en vez de prestar atención a mi trabajo y mi pasión”, exclamó Lucas.

Se cambió y se fue. Volvió el lunes de noche y nos reconciliamos. Sin reclamar explicaciones (no hubiera podido darlas), me pidió disculpas por su parte. Que se había puesto en un lugar de estrella de manera injusta y egocéntrica. Esa noche hicimos el amor. Fue tal vez el sexo más raro de mi historia. La escena venía a mi mente.

“¿Qué te pasa?” , preguntó Lucas. “Quizás me cuesta después de verte frotar con otra.” Intentó reírse. Tampoco le salió. Optamos por el silencio. Cuando llegamos a la sala donde se celebró el estreno, quince días después, cruzamos la puerta y la vi. “Connie”, la rubia del ascensor, se acercó hasta nosotros y lo abrazó casi como koala.

La pasé pésimo durante todo el evento. Cerré los ojos como cuando vi Jurassic Park durante la escena maldita en pantalla grande. Esa noche no solo me perseguía la paranoia del sexo real con Connie. También me sentía sapo de otro pozo. Era miércoles, yo tenía una audiencia la mañana siguiente y pasaban de mano en mano las caipis y los cigarros. Me preocupaba que Lucas se aburriera de mí. ¿Por qué no iba a preferir a una de ellas?

Al volver se lo pregunté. Entendió un poco mi malestar permanente. Me explicó que ya había estado con actrices y que no había funcionado. Que me amaba. Igual en las siguientes salidas me la pasé observando cómo se movía y relacionaba con sus colegas.

Al siguiente rodaje volvió el pánico. Se fue a Mendoza un mes. Lo llamaba todo el tiempo y le pedía que me mandara anticipos de las escenas.

No le hablé del manoseo erótico con Connie hasta que los encontré juntos, más otra compañera, en un bar. Se suponía que yo trabajaría en un balance esa noche y que él miraría un documental en su loft. Hice un escándalo en el que no me reconocí.

El, en cambio, reaccionó con calma y empatía. Me presentó a la otra chica: era la novia de la rubia. ¿Enloquecí? Al fin de cuentas yo también había cambiado de planes sin decirle.

“¿Estamos teniendo una crisis?”, preguntó Lucas en voz alta. Y fue como una descarga eléctrica. ¿En qué me había convertido? ¿Qué seguía? ¿Revisarle el celular? ¿Quería perderme este amor?

No nos vimos por un par de semanas. Con ayuda de los contactos de mi hermana hice terapia de choque.

Presencié tres días de filmación en una famosa productora de series. Gracias a eso entendí dos cosas: 1) que lo que en pantalla parece un orgasmo detrás de cámaras no excita a nadie; 2) que mi drama era que quería hacer eso. ¿Estar desnuda y fingiendo placer? No, todavía. Pero ser parte del juego.

Me anoté en un taller de teatro y después en otros de lecturas. Probé algunas clases abiertas de swing. Estoy en un grupo de arte barrial. Preparamos una obra para hacer en la plaza durante las vacaciones de invierno.

Aunque me sigue costando verlo seducir y tocarse con otras en escena, ahora comprendo mejor su mundo. Y el mío. Lo vamos llevando entre los dos. Comeremos churros después de mi estreno y no habrá escenas fuertes: es un clásico infantil.