Es mi historia: “Vivimos juntos estando separados”

Es mi historia: “Vivimos juntos estando separados”

Compartían la casa pero cada uno conservaba su espacio. ¡Hasta tenían amigovios! Vaivenes de una relación con una intensa trama y un hijo adolescente que creció en una familia atípica.

06/08/2019 11:49

Casi 20 años juntos y un hijo que cuando nos separamos tenía 8. Nos pesaba a ambos nuestro pasado de padres divorciados. Por eso seguimos bajo el mismo techo por muchos años, sin compartir cama ni habitación. Fue así, no de repente, sino que, poco a poco, me di cuenta de que ya no me pasaba nada con él, que era casi como mi hermano. Tampoco teníamos los mismos objetivos en la vida. Él quería comprar un departamento más grande y yo no. A mí me gusta viajar una vez al año y dormir en un lugar donde de la ducha salga ¡agua! El prefiere una carpa, un hostel o dormir en un galpón con 18 personas más. Digamos que más hippie y yo obse. Fueron dos extremos que se pusieron cada vez más intransigentes.

Y el paso del tiempo, y la pasión que se fue acabando….No queríamos separarnos. Nuestros padres eran divorciados, lo habíamos padecido, y no queríamos que nuestro hijo pasara por lo mismo ni nosotros perder a los familiares que tanto valorábamos.

Nos dimos un permitido de 6 meses para que cada uno viva su vida. Sin compromisos, sin celos. Pero respetándonos (es decir nadie iba a traer a dormir y pasar un finde a su pareja o amorío del momento).

El salía con sus amigos, solo o no sé con quién ni qué hacía. No preguntaba, ni me importaba. Fue genial porque cuando yo tenía mis salidas sabía que mi hijo se quedaba con el que mejor y más lo quería: su padre. Así que me divertía sin problemas, me olvidaba de ellos y lo pasaba muy bien.

CUANDO LA MAGIA SE ACABA

Pero ninguno de los dos se enganchó seriamente con nadie. Nosotros nos queríamos, pero no nos amábamos. Esa magia de la pasión había pasado. Éramos amigos.

Teníamos que decidir separarnos. Y, como es normal, cada uno hacer su propia vida. Fue en esos tiempos que vivimos una devaluación brutal, yo fui despedida y no tenía empleo fijo. Si vendíamos lo que era de los dos no nos alcanzaba para comprar algo para cada uno. Decidimos seguir separados pero juntos en nuestra casa de Ciudad Jardín.

La verdad todo funcionó mejor que nunca. Y cuando yo conseguí, un año más tarde, un empleo fijo decidimos que seguiríamos viviendo así. Nos gustaba estar todos juntos, nos queríamos y disfrutábamos de pasar algún momento durante el año con nuestras respectivas familias políticas.

No nos amábamos, pero nos queríamos, nos ayudábamos, poníamos el hombro uno al otro. Y ambos estábamos felices de poder besar cada noche a nuestro hijo.

BICHOS RAROS

Los amigos nos miraban con cara extraña “¿qué les pasa?”, me preguntó más de una amiga y sus conocidos a él. Nos sentíamos un poco bichos raros, la verdad. Pero todo funcionaba bien. Dividíamos los gastos. Nos cuidábamos de no incomodarnos. Pero seguimos sintiendo que no encajábamos en ningún rubro: ni separados ni divorciados, ni en pausa ni solteros, ni amigos con derecho a roce… ni, ni.

Éramos una familia que no tenía nombre en el diccionario. Queríamos seguir juntos, pero nada funcionó. Hicimos terapia de pareja, sexual, cada uno por su lado, fin de semana solos en el Delta y en Punta del Este. Nada hizo regresar la pasión.

Pasaron 2 años y conocí a un médico clínico. Un tipo simple, siempre con una sonrisa en la cara. Haciendo chistes a todos… Risa va, risa viene … un día me invitó a cenar y me impactó. Me contó su vida y yo la mía.

Empezamos a vernos 2 o 3 veces por semana. Con él vivían sus dos hijas de 12 y 15 años. Era viudo. No tenía intención de volver a compartir la vida con nadie porque sus hijas eran celosas y quería evitar las complicaciones. Yo también.

Pasaron casi 10 meses y un día se lo conté al padre de mi hijo. Me dijo que algo se imaginaba y me confesó que él también tenía una alegría con quien compartía los fines de semana (ya me lo imaginaba).

LA HISTORIA NOS PESABA

El padre de mi hijo y yo veníamos de parejas separadas. Él tenía recuerdos de su papá que había abandonado a su mamá cuando tenía 2 años. Un día lo buscó y lo encontró viviendo en Santa Rosa, La Pampa. Durante dos días lo estuvo siguiendo, al tercero tocó la puerta, se presentó, lo insultó y nunca más se volvieron a ver.

Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 7. Papá venía a buscarme fin de semana por medio, me llevaba a comer hamburguesas, a veces al cine… no sabía qué hacer conmigo ni yo con él. Nos fuimos distanciando. Siempre fue poco demostrativo. Nunca sentí una relación fuerte con él. Al final nos dejamos de encontrar, pasaron algunos años, y un día me avisaron que había muerto.

Por eso yo no quería que a mi hijo le pasara lo mismo. Con mi ex co-vivienda (no sé cómo llamarlo) nos divertíamos los 3: cocinábamos juntos, hacíamos picnic, nos prestábamos plata…

Cuando Ramiro cumplió 11, le contamos cómo era nuestra “familia atípica”, empezó a hacer preguntas y más temprano que tarde le contamos todo. A los 12, nos dijo que quería conocer a las otras personas, nuestros amigovios. Él ya sabía cuál era el mío porque se lo mostré de lejos un sábado que lo llevé a la clínica.

El encuentro fue en el parque Las Heras. Fue bastante más relajado de lo esperado… Habíamos pactado que el encuentro duraría hora y media (por las dudas y para aplacar la ansiedad). Y lo cumplimos.

Hoy mi hijo tiene 22 años y vive conmigo. No creo que por mucho tiempo. Apenas termine su carrera de ingeniería quiere hacer un master afuera. Su papá se fue a vivir con su pareja a Mar del Plata hace 3 años donde abrieron un restaurante. Él nos visita en invierno y nosotros en verano.

Ramiro nunca nos pasó ninguna factura. Y los tres fuimos felices con nuestra familia sin nombre, y (casi) sin conflictos.

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