¿Pensamos demasiado?
¿Por qué es mejor no intentar controlar las ideas negativas? En vez de eso, poné el foco en qué hacés con ellas. Estrategias para encontrar salidas creativas a los problemas de siempre.
Cada vez que arranca un año nos llenamos de propósitos: concretar los planes que nos rondan hace rato, animarnos a los cambios, consolidar lo obtenido, quitarle peso a la mochila emocional, ganar bienestar, dejar de fumar, conseguir un mejor empleo, y muchos otros etcéteras. A poco de andar, toman más presencia el cansancio, las presiones, los miedos, la incertidumbre. ¿Y si todo lo que podría ir bien va mal? ¿Y si me quedo sin trabajo? ¿Y si no logro entenderme con mi familia? ¿Y si la crisis económica me arrastra? Ese es el momento en el que uno desearía bajar el interruptor de la negatividad.
Nuestra mente es una fuente inagotable de pensamientos. Se calcula que, por día, nos pasan por la cabeza alrededor de 60 mil. Y gran parte de ellos pueden ser negativos. ¿El desafío es descubrir la receta para dominarlos y eliminarlos o es mejor aceptar que son parte de nuestra rutina y ver qué hacer con ellos?
PIENSO... LUEGO EXISTO
La psicóloga Ingrid Wajnrajch, especialista en Mindfulness y directora de @humanidadcompartida, explica que la psicología budista considera un sexto sentido, la mente que piensa. “Así como los ojos nos permiten observar la vida en colores, la mente genera muchos pensamientos y se dedica a conocer el mundo categorizando las situaciones vitales. Estos tienen infinidad de contenidos que pueden ser agradables, desagradables o neutros”, dice, y detalla que los agradables generan apego; es decir, la mente quiere que permanezcan para siempre; los difíciles provocan aversión y rechazo, y por último, los neutros nos causan aburrimiento. Pero, atención que esta es una clave: mientras más queremos que se vayan esos que nos perturban, crece su adherencia.
Wajnrajch señala que la mayoría de ellos surge de modo automático y confirma que un gran porcentaje son negativos. Y hablando de tips, acá va otro: “No controlamos los pensamientos que llegan; lo que sí podemos hacer, si somos conscientes, es elegir cómo relacionarnos con ellos”, define.
Mientras que Laura Ottone, psicoterapeuta DBT (Terapia Dialéctico Conductual) y TCC (Terapia Cognitivo Conductual) y directora de Fundación ECCO (@fundacionecco), coincide en que la forma de manejarlos es justamente no intentar dominarlos. “Los pensamientos aparecen en nuestras mentes; es un proceso natural que tenemos los humanos para anticiparnos a determinadas circunstancias o para resolver otras. En el acto de intentar apartarlos, controlarlos -aclara la especialista-, es muy posible que tomen más fuerza y nos arrojen más emociones que no queremos experimentar”.
Entonces, lejos de pelearte con ellos o tratar de domarlos, lo mejor es aceptarlos. Ottone recomienda observarlos y, en algún caso, preguntarnos si existe un problema del cual debamos ocuparnos. Si es que sí, resolver, adelantarnos a una determinada situación. Si no, soltarlos, tratarlos con amabilidad y recordar que son solo pensamientos, que en otro momento nos hemos sentido y pensado de una manera distinta.
¿Podemos encontrar soluciones nuevas a obstáculos o preocupaciones viejas? Para Facundo Arena, especialista en el diseño de procesos creativos y de innovación y autor de Crear o reventar (Ediciones V&R), los seres humanos tenemos la capacidad natural de hacer, crear, resolver y aportar al mundo en que vivimos: “Los pensamientos tienen un rol muy importante en nuestro proceso creativo. Mientras que los positivos nos ilusionan, nos aportan ideas y nos animan a realizarlas, los negativos, muchas veces nos quitan las ganas de hacer el esfuerzo. El desafío es avanzar a pesar de ellos (¡esa es la premisa más creativa!)”.
¿Tomaste nota? Si antes Laura Ottone decía que había que aceptar los negativos como parte de la experiencia integral, ahora Facundo Arena afirma que la apuesta es seguir adelante incluso con la carga de ellos.
Entonces, llegamos a una primera conclusión: para lograr un mayor bienestar, el camino no es controlar y eliminar las ideas oscuras sino observarlas y aceptarlas.
¿ES EL QUÉ O ES EL CÓMO?
El problema, en ocasiones, está en que le damos una entidad de “verdad” a lo que pensamos. O sea, no es tanto qué sino cuánto nos lo creemos. Por eso, Wajnrajch diferencia: “Lo que pienso no es lo que es, es solo una visión u opinión de la experiencia y mi mirada está condicionada por mi bagaje histórico, familiar, social y cultural”. De ahí que resulta bueno preguntarnos si somos capaces de cuestionar nuestras ocurrencias o si caemos rendidos a sus pies. La especialista recuerda las palabras de Rick Hanson, psicólogo americano experto en Neurociencias, quien dice que tenemos velcro para lo negativo y teflón para lo positivo. Sí, es bastante común que nos quedemos pegados al obstáculo en vez de valorar todo lo que está bien en nuestras vidas. Ottone puntualiza que terminamos prestando más atención a lo que entona con nuestros pensamientos y emociones, sea negativo o positivo. Por ende, si venimos con ideas desagradables, detectamos y sintonizamos rápidamente con los eventos negativos, porque nuestra atención tiene un sesgo, se estrecha y se enfoca en eso que nos hace espejo. También la memoria entra en acción y nos trae más recuerdos de aquellas situaciones en donde hemos sentido algo parecido. Por último, agrega Ottone, la visión del futuro puede teñirse de negro; es decir, comenzamos a tener expectativas malas respecto de uno mismo y de lo que vendrá. El peligro es lo que se conoce como “profecía autocumplida”: la creencia nos lleva a actuar como si los pensamientos fueran “la realidad” y generamos las condiciones para que eso que tememos, suceda. Entonces, Ottone ejemplifica: “Imaginate que anuncian que esta noche es probable que haya menos agua y salimos todos a acumularla en baldes. Como en lugar de moderar su uso, hicimos un consumo excesivo, efectivamente nos vamos a quedar sin agua, ¡incluso antes de lo previsto!”.
La psicóloga Viviana Blas, en su libro La inteligencia optimista (V&R Editoras), explica que se puede usar la propia mente a favor. Para eso aconseja estimularla con pensamientos constructivos y motivadores, cuidar el mundo emocional, generando emociones positivas y resolviendo las negativas, y construir relaciones armoniosas. “Podemos enfocarnos en lo bueno o en lo malo, interpretar positiva o negativamente los sucesos, emplear la imaginación para crearnos escenas mentales de éxito o de fracaso, seleccionar del archivo de nuestra memoria los sucesos agradables o los desagradables, utilizar nuestra capacidad analítica para generarnos un diálogo interno positivo o negativo”, dice. Cuando pensás en forma optimista, modificás situaciones negativas y generás nuevas situaciones positivas, porque hacés foco en la solución, en vez de hacerlo en el problema. “El optimismo nos permite transformar la adversidad en una oportunidad de crecimiento personal”, dice Blas y subraya que el optimismo se aprende: “Es posible adquirir una manera de pensar optimista, aunque durante mucho tiempo hayamos utilizado mayormente la tendencia opuesta para interpretar los acontecimientos. Para ello, necesitamos tener la suficiente flexibilidad mental que nos posibilite desaprender lo aprendido y reaprender a pensar positivamente”.
ENFRENTAR LOS OBSTÁCULOS
Seguro coincidimos en que basta con repasar los portales de noticias para que empiecen a resonarnos palabras que pesan: inflación, inseguridad, precarización laboral, altísimo índice de pobreza, nuevos aumentos… Eso es lo que viene desde afuera. Pero además podemos sentir el tironeo interno de problemas familiares, cuestiones de salud, angustias, envidias, insatisfacciones o crisis personales. ¿Cómo actuar entonces para cuidar nuestros pensamientos y emociones en contextos difíciles? “A veces podemos redirigir nuestra atención a lo que nos produce mayor bienestar, pero otras no. Debemos asumir que experimentar dolor también es parte de la vida. Cuando el entorno es dificultoso, la tarea no es sin dolor; reconocerlo y experimentarlo se convierte en nuestra herramienta más privilegiada para no caer en el sufrimiento. Porque este proviene de rechazar el dolor y la realidad tal cual es pensando en cómo deberían ser las cosas”, manifiesta Ottone.
En definitiva, la mejor forma de protegernos es entender que, como dice aquel viejo refrán, es una de cal y otra de arena, que puede haber días (o momentos) de grandes nubarrones y tormentas, pero otros de mucha visibilidad y sol espectacular, aunque todo es pasajero.
A su vez, Viviana Blas hace foco en la importancia de ser líderes de nuestras vidas. Porque de esa forma dejamos de autocompadecernos por lo que nos sucede, y comenzamos a cambiar las circunstancias que nos traen sufrimiento. “Cuando ejercemos el liderazgo personal adoptamos una posición de responsabilidad, en la cual somos los protagonistas de nuestra vida y nos hacemos cargo de lo que nos ocurre. Al hacernos parte de nuestro problema, somos también parte de la solución”.
CEREBRO FELIZ
¿Hay llaves que abran puertas que nos acerquen a lo placentero? Arena enumera una lista: la actividad física (la creatividad es movimiento), los vínculos positivos (nada mejor que una buena charla de café), un libro inspirador (de esos que parecen que nos hablan a nosotros), un momento de juego o exploración (¿cuánto hace que no lo tenés?) o simplemente un ratito de escucha atenta a lo que nos dicta el corazón (por ejemplo, escribiendo libremente desde nuestras emociones) suelen ser aliados muy poderosos a la hora de avanzar a pesar todo. “Estas estrategias nos aportan una perspectiva diferente y la energía necesaria para confiar en nuestro instinto creativo”, expresa Arena. Además, da una clave: poner un signo de interrogación, plantearnos: “¿Y si hay otra manera de ver las cosas?” y pasar a la acción. “La preocupación suele resolverse eliminando las primeras tres letras de esa palabra: ocuparnos, en vez de preocuparnos, es mucho más conducente. De ahí en adelante, hay que confiar y entregarnos al proceso creativo, siempre dispuestos a invitarnos a crecer y descubrir nuestra próxima gran idea”, afirma el especialista.
¿Qué más nos puede servir para ganar placer y achicar la influencia de lo negativo? “El ejercicio de la plena conciencia de cada hecho en su totalidad, desde un lugar de aceptación y sin juzgar”, recomienda Ottone.
En sintonía, Ingrid Wajnrajch es una convencida de que también podemos cultivar una mirada po-sitiva y más amable con lo que nos rodea y con nosotros mismos. Propone pensarlo en términos de qué alimentos le damos a nuestra mente. Entre los “nutrientes” que necesita el cerebro para funcionar mejor, fortaleciendo sus conexiones internas y su relación con los otros y con el entorno, señala distintas clases de tiempo: tiempo interior (cómo percibimos nuestros sentimientos, pensamientos, recuerdos, creencias, actitudes), tiempo de sueño (ayuda apagar los aparatos digitales una hora antes de ir a dormir, bajar la intensidad de las luces, no llevar trabajo o tareas a la cama, darte un baño caliente y tomar un ratito para apreciar tu día). Y, sobre todo, tiempo de concentración (el cerebro crece cuando centramos la atención de a una cosa a la vez), espacio de inactividad (para relajarnos, sin ningún objetivo establecido), de juego (la diversión permite que el cerebro active nuevas conexiones), de actividad física (movernos es crucial para la salud cerebral y para la salud mental) y de conexión (con otras personas y con la naturaleza).
Dentro de las miles de cosas que se te van a cruzar hoy por la mente, habrá algunas que se podrían asemejar a las nubes, otras a los arcoiris o a la claridad o a las tormentas o al sol radiante. Todo es parte. Y todo es pasajero. Levantá la mirada y fijate: lo único constante es el cielo.