Testimonio: “Por ansiedad, el tren de mi cabeza sale antes que haya vías (y choco)”

Testimonio: “Por ansiedad, el tren de mi cabeza sale antes que haya vías (y choco)”

Con tendencia a vivir acelerada y sin soportar esperas, la pandemia no ayudó a Micaela a mermar su ansiedad. La incertidumbre global la exacerbó. Aunque también le permitió repasar historias y recursos. Relato en primera persona.

28/07/2021 16:28

Sufro ansiedad. Pero me costó empezar a verlo hasta el clic de un domingo de noche del segundo otoño pandémico. Terminé mi jornada laboral y miré los mensajes pendientes de mi amiga: Luis Miguel, Masterchef y la captura de pantalla de una inusual felicitación de su jefe son los tópicos.

Recuerdo que me dijo que estaba contenta, que quería que le durara un ratito. Y que yo no pude tener empatía. Me superaba mi hartazgo, mi burnout. Estaba asustada. Sentía que no aguantaba más.

“Apagá todo. Cancelá el entrenamiento en la plaza de mañana y dormí sin despertador. No pienses más”, me sugirió. Aunque no le dije nada acerca de su destello de felicidad.

Es que no había mirado aún la serie (porque no soporto no tener a disposición todos los capítulos), el reality de cocina lo estaba viendo con una semana de delay (para poder omitir todos los anuncios y adelantar la parte de las entrevistas) y el trabajo… es, justamente, una de mis eternas frustraciones.

Delfina, en cambio, es de procesos largos y calmos. Tiene el mismo laburo hace una década sin esperar que pase algo excitante a diario ni que le den una palmada una vez al mes. Vive, ni más ni menos.

“Al contrario, lo único que tengo que hacer es pensar. Pensar y pensar qué hago con mi vida”, le respondí. Ella lo intentó una vez más: “¿Por qué te vas a poner esa exigencia cuando nadie en el planeta en pandemia tiene esa claridad?”. No me importa y sigo embalada esa noche. El insomnio me acompaña media madrugada y el bruxismo me abraza hasta que vuelve a amanecer.

Ese tipo de charla ha tenido otras versiones menos oscuras y más risueñas. Ella y mi hermano gemelo son mis cables a tierra. Las personas que me hacen entender que siempre estoy subida al tren cuando ni siquiera se empezaron a construir las vías. Y que puede ser peligroso.

Sí, esa fue la metáfora que usó Delfi una tarde en la que, otra vez, estaba crispada por un supuesto fracaso. Sirvió para empezar a detectar mi ansiedad.

Me había compartido una oportunidad laboral para hacer redes en una radio. Soy community manager en una multinacional de electrodomésticos. Pero los medios y, en especial el éter, son mi fetiche. Ella es agente de prensa. En uno de los chats del oficio, una colega le pasó ese dato. Enseguida pensó en mí. ¡Me puse eufórica! Gritaba de emoción a través de mayúsculas y stickers. Llamé para ponerme a disposición. Y pum, acto seguido, bronca y destrucción.

En mi fantasía estaba todo listo, tenía el trabajo de mis sueños. Ni siquiera me había postulado y ya imaginaba desde el primer encuentro con mi conductora favorita hasta cómo iba a incluir en mi bio de Twitter el nombre de la emisora. Todo en mi cabeza, sin pauta de realidad.

Cuando hablé, el puesto era para alguien más joven, estudiante, que pudiera trabajar de noche y no tuviera un sueldo estable con aguinaldo y vacaciones para poner en riesgo. Estaba in-dig-na-da.

Ante mi fastidio, Delfi explotó en una carcajada y me dijo la frase del tren. Fue muy gráfica. Sirvió. Reímos juntas.

Ese clic me hizo recordar cómo mi mamá decía que yo iba a ser igualita al personaje de Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally: por la escena en la que llora desconsoladamente porque va a cumplir 40 cuando apenas tiene 32. Tiene razón.

Es cierto que nunca uso el ascensor y voy por las escaleras para no esperar. También tengo el auto abandonado en la cochera de mi hermano. Elijo la bicicleta, disfrazando de actitud sustentable mi imposibilidad de soportar los semáforos y embotellamientos. Y están a punto de bloquearme las abogadas de la sucesión de mi papá, a quienes llamé todas las semanas durante un año.

¿Será por eso que en la infancia solo leía los finales de Elige tu propia aventura? Ahora pienso que quizá me boicoteé la decoración de los primeros departamentos que alquilé. “¿Para qué? Ya me voy a mudar otra vez”, pensaba.

Los trastornos de ansiedad pueden llegar a ser una enfermedad. Antes de la pandemia ya aquejaban a más de 275 millones personas alrededor del mundo. Tomé nota del dato en una charla Tedx de la terapista Luanna Marques.Por la lectura de Manes y Bachrach en ELLE, intuyo que eso tiene que haber crecido demasiado. Si hasta Lali lo asume.

Le consulté a mi psicólogo si los padecía. No me respondió. También le conté con preocupación algo que suele acotarme Delfi: “Vos tenés todas las herramientas para evitar sentirte así”. “¿Por qué lo dice?”, quiso pincharme a propósito mi analista.

Siempre me consideré “a la vanguardia de la búsqueda de bienestar”. Yoga, meditación, escritura creativa, tarot y biodecodificación están en mi CV de recursos. Hasta hice un viaje a China para saber más sobre budismo. A mi alrededor se preguntan de qué me sirven. Yo me convenzo de que todo sería mucho peor si no hiciera esas cosas.

Después de aquella noche en la que no conecté, mis aliados se pusieron en campaña para mi rescate. Mi hermano, docente de Metodología, hizo la parte pragmática. Dividió esos recursos y costumbres que enumeré en dos columnas: búsqueda de paz, búsqueda de respuestas. Como marca, según él, de una contradicción en mi supuesta rutina de buenos hábitos.

En una videollamada entre los tres, me propusieron una serie de cambios. Primero, abandonar los ítems que solo buscan llenar los casilleros del cómo, por qué, para qué y cuándo. Y dejar de seguir el sinfín de cuentas de Instagram de astrología de las que soy súper fan. Segundo, que escriba todos los días un deseo (que sienta) inalcanzable y luego racionalice, también en palabras en papel, cuál sería el primer paso de un camino real para lograrlo.

Estoy mejor. Empecé a patinar. Me ayuda a no pensar de más. También decidí suspender el silencio freudiano. Antes me aseguré una respuesta: no estoy dentro de la enorme parte del planeta con ansiedad patológica, pero sí tengo un patrón a destrabar.

Más efectiva que esa definición resultó la propuesta de Paloma, mi nueva terapista. Es compañera de militancia de mi hermano y quien le había sugerido aquellas pruebas. Gracias a la asociación libre estoy sanando dolores de mi niñez que ni el diván ni las constelaciones habían logrado desenterrar.

Intento vivir con una nueva premisa sugerida por ella: “Visualizá cada acción o proyecto como si hubieras hecho masa madre y la tuvieras que dejar fermentar”.